“El dato radical (…) es una coexistencia de mí con las cosas (…) El
carácter estático, yacente, del existir y del ser, de estos dos viejos
conceptos, falsifica lo que queremos expresar (…) El ser estático queda
declarado cesante (…) y ha de ser sustituido por un ser actuante. El ser del
mundo ante mí es —diríamos— un funcionar sobre mí, y, parejamente, el mío sobre
él. Pero esto —una realidad que consiste en que un yo vea un mundo, lo piense,
lo toque, lo ame o deteste, le entusiasme o le acongoje, lo transforme y
aguante y sufra, es lo que desde siempre se llama «vivir», «mi vida», «nuestra
vida», la de cada cual (…) Lo primario que hay en el Universo es «mi vivir» y
todo lo demás lo hay, o no lo hay, en mi vida, dentro de ella. Ahora no resulta
inconveniente decir que las cosas, que el Universo, que Dios mismo son contenidos
de mi vida —porque «mi vida» no soy yo solo, yo sujeto, sino que vivir es
también mundo (…) Nos hemos evadido de la reclusión hacia dentro en que vivíamos
como modernos, reclusión tenebrosa, sin luz, sin luz de mundo y sin espacios
donde holgar las alas del afán y el apetito. Estamos fuera del confinado
recinto yoísta, cuarto hermético de enfermo (…) El mundo de nuevo es horizonte
vital que, como la línea del mar, encorva en torno nuestro su magnífica comba
de ballesta y hace que nuestro corazón sienta afanes de flecha, él que ya por
sí mismo cruento, es siempre herida de dolor o de delicia. Salvémonos en el
mundo -—«salvémonos en las cosas».” (Ortega y Gasset[1]).
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“¡Argentinos, a las cosas, a las cosas!” (Ortega y Gasset[2]).
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