sábado, 27 de agosto de 2022

EL PENSAMIENTO EMERGE POR ENTRE LOS INTERSTICIOS DE LAS COSAS QUE SE MUEVEN DE SU SITIO

 

Johannes Vermeer: “Señora escribiendo una carta con su criada”

     La luz que me ilumina y me permite ver no es, para empezar algo en lo que piense, sino algo con lo que cuento. Solo si inesperadamente desaparece, esa luz con la que contaba se convierte en problema, es decir, en pregunta: “¿Qué ha pasado?”, que es el anticipo de la siguiente pregunta: “¿Qué es esa cosa con la que contaba (la luz) y que ahora me falta?”. Y entonces, para responder a esa pregunta, me pongo a pensar. “Cada cosa en mi vida –dice Ortega es, pues, originariamente un sistema o ecuación de comodidades e incomodidades. Cuando una cosa me es incómoda se me hace cuestión: porque la necesito y no «cuento con» ella, porque me falta. Las cosas, cuando faltan, empiezan a tener un ser. Por lo visto, el ser es lo que falta en nuestra vida, el enorme hueco o vacío de nuestra vida que el pensamiento, en su esfuerzo incesante, se afana en llenar”[1].

     La respuesta más acabada que el pensamiento ha dado a aquella pregunta sobre el ser de la luz se llama Óptica, que dice que la luz “es” una vibración del éter. Pero eso, el ser de la luz, es algo muy diferente de aquella luz con la que contaba antes de que tuviera que pensar en ella. El concepto “vibración del éter” no me ilumina las cosas que necesito ver, como sí hace la luz. Eso que hay en mi vida y con lo que cuento es anterior, por tanto, al hecho de que me falte y se convierta en problema y, consiguientemente, en pensamiento. Concluyamos: el pensamiento, al contrario de lo que decía Descartes y toda la filosofía moderna que le sigue, no es lo originario en mi vida. Lo originario es eso mismo: mi vida.



[1] Ortega y Gasset: “Unas lecciones de metafísica”, O. C. Tº 12, p. 72.

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