“La vida, que es, ante todo, lo que podemos ser, vida posible, es
también, y por lo mismo, decidir entre las posibilidades lo que en efecto vamos
a ser. Circunstancia y decisión son los dos elementos radicales de que se
compone la vida. La circunstancia —las posibilidades— es lo que de nuestra vida
nos es dado e impuesto. Ello constituye lo que llamamos el mundo (…) Nuestro
mundo es la dimensión de fatalidad que integra nuestra vida. Pero esta
fatalidad vital no se parece a la mecánica. No somos disparados sobre la
existencia como la bala de un fusil, cuya trayectoria está absolutamente
predeterminada. La fatalidad en que caemos al caer en este mundo —el mundo es
siempre éste, este de ahora— consiste
en todo lo contrario. En vez de imponernos una trayectoria, nos impone varias
y, consecuentemente, nos fuerza... a elegir. ¡Sorprendente condición la de
nuestra vida! Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este
mundo. Ni un solo instante se deja descansar a nuestra actividad de decisión.
Inclusive cuando desesperados nos abandonamos a lo que quiera venir, hemos
decidido no decidir. Es, pues, falso decir que en la vida «deciden las
circunstancias». Al contrario: las circunstancias son el dilema, siempre nuevo,
ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter”
(Ortega y Gasset[1]).
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