“El hombre vive habitualmente sumergido en su vida, náufrago de ella,
arrastrado instante tras instante por el torrente turbulento de su destino, es
decir, que vive en estado de sonambulismo solo interrumpido por momentáneos
relámpagos de lucidez en que descubre confusamente la extraña faz que tiene ese
hecho de su vivir, como el rayo con su fulguración instantánea nos hace
entrever en un abrir y cerrar de ojos, los senos profundos de la nube negra que
lo engendró. Tenía razón Calderón (…): por lo pronto la vida es sueño, porque
es sueño toda realidad que no se captura a sí misma, que no toma plena posesión
de sí misma, que se queda dentro de sí y no logra, a la vez, evadirse de sí
misma y estar sobre sí (…) El único intento que el hombre puede hacer para
despertar, para acordar y vivir con entera lucidez consiste precisamente en
filosofar. De suerte que nuestra vida es, sin remedio, una de estas dos cosas: o
sonambulismo o filosofía. Yo lo advierto lealmente antes de empezar: la
filosofía no es sueño –la filosofía es insomnio– es un infinito alerta, una
voluntad de perpetua mediodía y una exasperada vocación a la vigilia y a la
lucidez” (Ortega y Gasset[1]).
Razón tenía Miguel Hernández, cuando afirmaba: "El hombre que habla consigo mismo, espera algún día poder hablar con Dios.
ResponderEliminarOrtega decía en línea con eso: “Cuando el hombre se encuentra en efecto y radicalmente solo consigo se encuentra con que en el fondo de su soledad brota la fuente de la verdad (...) El hombre no descubre la verdad sino en la soledad consigo"
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