Teniendo en cuenta lo mucho que intentamos librar a nuestros
niños de que lleguen a sus oídos las palabrotas, ¿tiene sentido que Ortega diga
que un lenguaje lleno de improperios y tacos es una regresión al modo infantil
de hablar y de comunicarse? Lo tendría, tendría ese sentido si, como él dice,
el niño no tiene apenas ideas que transmitir y, sin embargo, sí está
continuamente expresando sus emociones, y esas dos son, precisamente, las
funciones que tiene el lenguaje: transmitir ideas y expresar emociones, y es en
éstas últimas en donde tienen su papel los improperios. A partir de aquí,
Ortega realiza también una indagación sobre la psicología de los pueblos,
singularmente los hispanos, en función de la proporción de ingredientes
emocionales (y, por tanto, de improperios y palabrotas) que incorporan a su
lenguaje en detrimento de los intelectuales.
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