“La virtud del niño es el deseo, y su papel, soñar.
Pero la virtud del hombre es querer, y su papel hacer, realizar. El imperativo
de hacer, de conseguir efectivamente algo, nos fuerza a limitarnos. Y eso,
limitarse, es la verdad, la autenticidad de la vida. Por eso toda vida es
destino. Si fuese nuestra existencia ilimitada en formas posibles y en
duración, no habría destino. ¡Jóvenes, la vida auténtica consiste en la alegre
aceptación del inexorable destino, de nuestra incanjeable limitación! Eso es lo
que con honda intuición llamaban los místicos hallarse en «estado de gracia».
El que de verdad ha aceptado una vez su destino, su limitación, quien les ha
dicho «sí», es inconmovible” (Ortega y Gasset[1]).
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“La vida es quehacer y la verdad
de la vida, es decir, la vida auténtica de cada cual consistirá en hacer lo que
hay que hacer y evitar el hacer cualquier cosa. Para mí un hombre vale en la
medida que la serie de sus actos sea necesaria y no caprichosa” (Ortega y Gasset[2]).
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“Toda virtud es a la par una
limitación” (Ortega y Gasset[3]).
Sí, veo una lucha entre el hacer (sea necesario o libremente elegido) y la actividad caprichosa.
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