Eduardo Alcoy-"Caos I" |
“Es curioso perseguir el desarrollo de la indignación griega contra
todo lo infinito. El ápeiron, lo in-definido, lo sin-límites, les saca de
quicio. (…) Por una sublime fidelidad a
sus capacidades, que fue el secreto de Grecia, lograron los helenos suprimir de
su preocupación cuanto no puede ser fácilmente gobernado con la medida. Metro,
proporción, armonía, ley son las palabras que se articulan en todo buen párrafo
griego. Por el contrario, el romanticismo es una voluptuosidad de infinitudes,
una ansia de integridad ilimitada. Es un quererlo todo y ser incapaz de
renunciar a nada. Por esto hay en él siempre confusión e imperfección. Toda
obra romántica tiene un aspecto fragmentario. Además, se ve al autor sudar por
hacerse dueño de su tema, que es inmenso y turbulento como una fuerza, del
cosmos. Si el temperamento romántico no coincide con una genialidad de primer
orden, la visión es confusa, vaga, inconcreta. En rigor, no es una visión, sino
un ciego palpar no se sabe qué misteriosas realidades” (Ortega y Gasset[1]).
[1]
Ortega y Gasset: “Leyendo el ‘Adolfo’, libro de amor”, en “El Espectador”, Vol.
I O. C. Tº 2, pp.25-26.
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