“¡Silencio! ¡Silencio! ¿No se ha vuelto perfecto el mundo en este
instante? (…) Así ríe un Dios. ¡Silencio!” (F. Nietzsche[1])
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“Los acontecimientos más grandes no son nuestras horas más
estruendosas, sino las más silenciosas” (Nietzsche[2]).
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“Los corazones humanos no se unen sólo mediante la armonía. Se unen,
más bien, herida con herida. Dolor con dolor. Fragilidad con fragilidad. No
existe silencio sin un grito desgarrador, no existe perdón sin que se derrame
sangre, no existe aceptación sin pasar por un intenso sentimiento de pérdida.
Ésos son los cimientos de la verdadera armonía” (Haruki Murakami[3])
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“Todo decir es incompleto, es fragmento de sí mismo y
tiene en la escena vital, donde nace, la mayor porción de su propio sentido (…)
Esto nos coloca de pronto ante una paradoja, como tal impertinente, pero que es
ineludible, a saber: que el decir se compone, sobre todo, de silencios, de
cosas que por sabidas se callan o que son por completo inefables y en las
cuales, sin embargo, se apoya, como en una tierra nutriz, lo que efectivamente
declaramos” (Ortega
y Gasset[4]).
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“Si cada español hablase de lo que entiende, y de nada más, habría un
gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio” (Antonio Machado[5]).
[1] F.
Nietzsche: “Así habló Zaratustra”, Madrid, Alianza, pp. 369-370
[2] Nietzsche:
“Así habló Zaratustra”, Madrid, Alianza, pág. 194
[3] Haruki
Murakami: “Los años de peregrinación del chico sin color”, Barcelona, Tusquets,
2014.
[4]
Ortega y Gasset: “Misión del bibliotecario”, O. C. Tº 5, pp. 233-234.
[5]
Antonio Machado: “Nuevas canciones”, publicado en 1924.
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