Para alcanzar estabilidad y equilibrio es preciso
acostumbrarse a lo que hay, adaptarse al medio. Pero con eso sólo satisfacemos
a una parte de lo que somos. La otra aspira al descubrimiento de cosas nuevas y
a indagar en lo que tienen de sorprendente las cosas que creíamos habituales.
Quien opta por dar preferencia a esta última parte ha de pagar el tributo de un
mayor o menor desasosiego, y a menudo, de soledad y marginación por parte del
hombre medio, que prefiere aferrarse a lo conocido.
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El recurso del hombre medio es el mismo que ya utilizaba el
hombre arcaico, del que dice Mircea Eliade: “Lo que (el hombre arcaico) hace,
ya se hizo. Su vida es la repetición
ininterrumpida de gestos inaugurados por otros”[1].
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“En la nueva biología (…) ya no aparece la vida como una lucha triste
por no morir, como una mera reacción al medio, como una adaptación, sino al
contrario: vivir es producción, creación de multiplicidad organizada, aumento,
expansión, dominio. El equilibrio es la negación de la vida. El principio de
conservación es secundario y adjetivo. El principio que late en el plasma es crecimiento
y tendencia a imperio sobre el medio” (Ortega y Gasset[2])
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