“Lo superior, para realizarse en la historia,
tiene que esperar a que lo inferior le ofrezca holgura y ocasión. Es decir, que
lo inferior es el encargado de realizar lo superior —le presta su fuerza ciega
pero incomparable. Por esto la razón no debe ser orgullosa y debe atender,
cuidar las potencias irracionales. La idea no puede luchar frente a frente con
el instinto; tiene, poco a poco, insinuándose, que domesticarlo, conquistarlo,
encantarlo, no como Hércules, con los puños —que no tiene—, sino con una irreal
música, como Orfeo seducía a las fieras. La idea es... femenina y usa la
táctica inmortal de la feminidad, que no busca imponerse por derechura, como el
hombre, sino pasivamente, atmosféricamente. La mujer actúa con un dulce y
aparente no actuar, soportando, cediendo; como Hebbel decía: «En ella el hacer
es padecer». Así, la idea. Los griegos sufrieron radicalmente el error de creer
que la idea, de puro ser clara y sólo por serlo, se imponía, se realizaba, que
el Logos, que el verbo por sí mismo y sin más se hacía carne. Fuera de la
religión, esto es una creencia mágica, y la realidad histórica —por desgracia,
por ventura— no es magia” (Ortega y Gasset[1])
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