Decía Ortega que “la forma es un movimiento detenido”[1]. La Creación es
una gran fuerza centrífuga que empuja, como en el lema olímpico, hacia “más
alto, más lejos, más fuerte”. En suma, en la dirección de alcanzar nuevas
versiones de lo posible, de lo que aún falta por rellenar entre lo ya logrado y
el infinito. El animal es una forma, un movimiento detenido, un desistimiento
de seguir adelante (la fuerza centrípeta) logrado antes de lo que ocurre con el
hombre. Su paquete de instintos cristalizó en algo definitivo y ya invariable.
El animal es ya el que es. La vida humana, sin embargo, es la parte de la
Creación que peor acomodo encontró entre lo ya formado e irrevocable. El hombre,
debido a ello, pasó de ser una criatura a colaborar en la Creación.
El instinto es una cristalización, una forma, un movimiento detenido. Cuando
el animal llegó hasta él, Dios estaba ya en el séptimo día de la Creación, el
día de descanso, y así se quedó. Pero al hombre lo dejó incompleto, y tuvimos
que seguir colaborando en esa tarea centrífuga hacia algo superior. Lo que
está, pues, por encima del instinto: el comportamiento moral, la aspiración a
la belleza, a la justicia, la inteligencia… hay que entender que es parte de
ese nivel superior que nos dirige hacia el Punto Omega.
Otra
forma menos enrevesada de decir todo esto es la de Ortega: “Todo
lo que somos positivamente lo somos gracias a alguna limitación. Y este ser
limitados, este ser mancos, es lo que se llama destino, vida. Lo que nos falta
y nos oprime es lo que nos constituye y nos sostiene.” [2]. Gracias, pues, a que nos sentimos incompletos, deficientes,
a falta de respuestas (algo que no le pasa al resto de la Creación), hemos
inventado modos de resolver nuestras insuficiencias. Todo lo que somos
diferencialmente los hombres es porque no nos bastaban los instintos. Creo que
también me apunto a una forma de decirlo, la de Cioran, que yo retuerzo un poco
para adaptarla a este contexto: “La
primavera, como cualquier comienzo, es una deficiencia de eternidad”[3].
Las reglas comunitarias de los
animales son asimismo parte de su paquete de instintos. No se
rebelan los miembros de la manada contra esas reglas porque la Creación se
interrumpió en ellos en esa primera etapa, que también atravesamos los humanos,
en la que el “nosotros” es lo original. Los humanos seguimos adelante hasta
descubrir la siguiente etapa, en la que aparece el “yo”. El “yo” es el que tiene
entre sus componentes, como resulta evidente, el del inconformismo y la rebeldía.
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