lunes, 28 de junio de 2021

COMENTARIO A PROPÓSITO DEL PELIGRO QUE ACECHA A LO MEJOR DE NOSOTROS MISMO

 

M. C. Escher: Reptiles


  Decía Ortega que “la forma es un movimiento detenido”[1]. La Creación es una gran fuerza centrífuga que empuja, como en el lema olímpico, hacia “más alto, más lejos, más fuerte”. En suma, en la dirección de alcanzar nuevas versiones de lo posible, de lo que aún falta por rellenar entre lo ya logrado y el infinito. El animal es una forma, un movimiento detenido, un desistimiento de seguir adelante (la fuerza centrípeta) logrado antes de lo que ocurre con el hombre. Su paquete de instintos cristalizó en algo definitivo y ya invariable. El animal es ya el que es. La vida humana, sin embargo, es la parte de la Creación que peor acomodo encontró entre lo ya formado e irrevocable. El hombre, debido a ello, pasó de ser una criatura a colaborar en la Creación.

    El instinto es una cristalización, una forma, un movimiento detenido. Cuando el animal llegó hasta él, Dios estaba ya en el séptimo día de la Creación, el día de descanso, y así se quedó. Pero al hombre lo dejó incompleto, y tuvimos que seguir colaborando en esa tarea centrífuga hacia algo superior. Lo que está, pues, por encima del instinto: el comportamiento moral, la aspiración a la belleza, a la justicia, la inteligencia… hay que entender que es parte de ese nivel superior que nos dirige hacia el Punto Omega.

   Otra forma menos enrevesada de decir todo esto es la de Ortega: “Todo lo que somos positivamente lo somos gracias a alguna limitación. Y este ser limitados, este ser mancos, es lo que se llama destino, vida. Lo que nos falta y nos oprime es lo que nos constituye y nos sostiene.” [2]. Gracias, pues, a que nos sentimos incompletos, deficientes, a falta de respuestas (algo que no le pasa al resto de la Creación), hemos inventado modos de resolver nuestras insuficiencias. Todo lo que somos diferencialmente los hombres es porque no nos bastaban los instintos. Creo que también me apunto a una forma de decirlo, la de Cioran, que yo retuerzo un poco para adaptarla a este contexto: “La primavera, como cualquier comienzo, es una deficiencia de eternidad”[3].

  Las reglas comunitarias de los animales son asimismo parte de su paquete de instintos. No se rebelan los miembros de la manada contra esas reglas porque la Creación se interrumpió en ellos en esa primera etapa, que también atravesamos los humanos, en la que el “nosotros” es lo original. Los humanos seguimos adelante hasta descubrir la siguiente etapa, en la que aparece el “yo”. El “yo” es el que tiene entre sus componentes, como resulta evidente, el del inconformismo y la rebeldía. El “yo” es el que asume el encargo de proseguir la Creación.



[1] Ortega y Gasset: “El Espectador”, Tº VII, “Obras Completas”, Tº 2, pág. 590.

[2] Ortega y Gasset: “Vicisitudes en las ciencias”, O. C. Tº 4, p. 68.

[3] E. M. Cioran: “El ocaso del pensamiento”, Barcelona, Tusquets, 2000, pág. 81

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