"Filósofo meditando"-Rembrandt |
“Si nos faltan fuerzas, retirémonos
de refriegas y encerrémonos en nosotros mismos (…) Quien se torne inútil,
pesado e importuno a los otros, procure no ser lo mismo consigo mismo (…) Hemos
de servirnos de las ventajas accidentales y externas a nosotros mientras nos
son gratas, pero sin convertirlas en nuestro principal fundamento, porque esto
ni la razón ni la naturaleza lo quieren” (Michel de Montaigne[1]).
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“La vida es más agradable
cuando ya comienza a decaer pero aún no ha parado en decrepitud, y también
cuando está a punto de perecer creo que tiene sus placeres, o, cuando menos, en
esta sazón, en lugar de tales placeres nos gozamos de no precisar de ninguno de
ellos. ¡Cuán dulce es haber fatigado y abandonado los deseos! ‘¡Es molesto’, me
dices, ‘tener la muerte ante los ojos!’ En primer lugar, tanto la tiene delante
el joven como el viejo: no es según la cuenta de la edad como somos llamados.
En segundo lugar, nadie es tan viejo que no pueda aguardar un día más. Y un día
es un peldaño más de la vida” (Séneca[2]).
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“La ocupación que en una vida de
retiro ha de elegirse no ha de ser trabajosa ni enojosa, pues de lo contrario
nulo sería ir a buscar en ella descanso. Lo que se escoja dependerá del gusto
particular de cada uno. El mío no se acomoda a cosas manuales, mas quienes las
amen deben practicarlas con moderación (…) No siendo así, los oficios manuales
degeneran en serviles, como dice Salustio. Hay actividades, entre esas, más
excusables, como la jardinería (…) Cabe encontrar un medio entre el cuidado
mecánico, bajo y vil, a que algunos hombres se entregan, y la profunda y
extrema indiferencia, que todo lo deja caer en abandono, que en otros se ve (…)
Oigamos el consejo que Plinio el Joven da a Cornelio Rufo, su amigo, a
propósito de la soledad: ‘Te aconsejo que en ese ubérrimo y fecundo retiro en
que estás cedas a tus gentes el bajo y abyecto cuidado de las cosas manuales y
te dediques al estudio de las letras, para obtener algo que sea enteramente
tuyo’ ” (Michel de Montaigne[3]).
[1] Michel de Montaigne: “Ensayos”, 3 Ts., Barcelona, Orbis,
1984, Tº 1º, Cap. XXXVIII, “De la soledad”, pp. 181-182.
[3] Michel
de Montaigne: “Ensayos”, 3 Ts., Barcelona, Orbis, 1984, Tº 1º, Cap. XXXVIII,
“De la soledad”, p. 183.
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