Cuenta Viktor Frankl sus experiencias en el campo de concentración nazi en el que estaba. Reflexionaba, entre otras cosas, respecto de la forma de plantearse la vida en una situación tan extrema como era aquella, y analizaba cómo la entendían sus compañeros de reclusión; decía al respecto: “Cualquier intento de restablecer la fortaleza interna del recluso bajo las condiciones de un campo de concentración pasa antes que nada por el acierto en mostrarle una meta futura (…) Desgraciado de aquel que no viera ningún sentido en su vida, ninguna meta, ninguna intencionalidad y, por tanto, ninguna finalidad en vivirla, ése estaba perdido. La respuesta típica que solía dar este hombre a cualquier razonamiento que tratara de animarle, era: «Ya no espero nada de la vida»”[1]. Esta sería la forma de estar en el mundo que se trataría de evitar a toda costa. La esperanza debe de sobrevivir incluso cuando la realidad se empeña en desacreditarla.
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“Cada cual es “el que tiene que llegar a ser”, aunque acaso no consiga
ser nunca” (Ortega y Gasset[2]).
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“El yo
(…) es siempre presente. Mas lo que se presenta en ese presente es un futuro
—un radical sentir que necesitamos ser en el instante inmediato y además ser en
él de una manera determinada. El yo está volado sobre el porvenir, va
delante de todo lo que ya es, delante, pues, de nuestro presente, del cual
constantemente se dispara hacia lo que aún no es. De suerte que el modo de
estar en el presente nuestro yo es un constante estar viniendo a él
desde el futuro” (Ortega y Gasset[3]).
[1] Viktor
E. Frankl: “El hombre en busca de sentido”, Barcelona, Herder, 1979, p. 78.
[2]
Ortega y Gsset: “Goethe desde dentro”, Obras Completas, Tomo 4, Alianza,
Madrid, 1983, pág. 405.
[3] Ortega y Gasset: “Goya”, O. C. Tº 7, pp. 551-552.
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