miércoles, 13 de abril de 2022

COMPLEMENTO A LA ANTERIOR PUBLICACIÓN SOBRE QUIÉN ES DIOS

 


    Dios quedaría propuesto a nuestras expectativas de dos maneras: una, en la que aparece como padre dispuesto a resolver nuestros problemas a cambio de que se lo pidamos en la oración. Vivimos desamparados, expuestos a las adversidades… hasta que aparezca él y nos acoja y casi podríamos decir que nos acune. Muchos llegan al ateísmo al comprobar que Dios no les hace caso y acaba llegando el infortunio a pesar de lo mucho que le rezaron. Otros esperan el milagro o ven a Dios como portador de ese milagro que ha de resolver nuestras penurias; y si no lo hace, no lo entenderé, pero… hágase su voluntad. El creyente entonces tiende a convertirse en mero espectador. Yo creo que esa es una forma de creer en Dios equivalente a la que el niño tiene hacia su padre.

    Pero sería posible decantarse por un Dios apto más bien para una mirada más adulta, un Dios que nos pone en la vida para que seamos nosotros los que nos confrontemos con la adversidad y con el absurdo… y crezcamos sobreponiéndonos a ellos (eso es lo que proponen Kierkegaard y León Felipe en la anterior publicación). El ateo ahí se queda: en que la vida es absurda. El creyente, este tipo de creyente, sigue adelante buscando el sentido, que no consiste en que Dios venga a librarnos de las dificultades y de las desgracias, sino en persistir a pesar de ellas, como si la vida tuviese un sentido más allá, esperándonos; y, mientras llegamos, luchando como si la vida realmente tuviera sentido… aunque todo se vuelva absurdo. Dios representaría entonces ese sentido, quizás solo latente, pero no porque venga a resolvernos nuestros problemas, sino porque nos exige la fortaleza con la que hemos de afrontarlos, en la medida en que él, representando el sentido, nos espera más allá del absurdo y de nuestras penurias. Wittgenstein lo decía de esta manera: Creer en un Dios quiere decir ver que con los hechos del mundo no basta. Creer en Dios quiere decir ver que la vida tiene un sentido”[1].



[1] Ludwig Wittgenstein: “Diario filosófico (1914-1916)”, Barcelona, Planeta-De Agostini, 1986, 8/7/16, p. 128.


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