Nietzsche dio por muerto a Dios porque entendía que su
función había consistido en servir de consuelo al débil de espíritu, al que
aceptaba amoldarse a una moral esclavizadora, la que confortaba a los pobres
(reafirmándoles en su pobreza) con la predicación de que “es más fácil para un camello
pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios”[1].
Una moral, pues, que anticipaba y venía a promover el resentimiento. Respecto
de ese Dios, Ortega no se detenía en decir que había muerto, sino que afirmó: “Yo
creo que el alma europea se halla próxima a una nueva experiencia de Dios, a
nuevas averiguaciones sobre esa realidad, la más importante de todas”[2].
Y en la transición, parece inevitable que, como está ocurriendo, pasemos por
una etapa de caos.
Esa nueva idea de Dios de la que Ortega habla, en mi
opinión, tendrá que incorporar la consideración de que el mal, el infortunio,
las dificultades en general, no son algo que Dios debiera de evitarnos (eso
pertenecería a la idea antigua, podríamos decir que infantil, de Dios), porque
es precisamente a través del enfrentamiento con las dificultades el camino que
Dios nos deja habilitado para crecer. De modo que el Dios que, en términos
simbólicos, ha de venir de nuevo al mundo (no del todo fácil de entender
todavía) habría de ser el que Kierkegaard imaginaba cuando dijo: “Cristo
no se hace desdichado a sí mismo en el sentido humano para hacer dichosos a los
suyos. ¡No! Se hace a sí mismo y hace a los demás lo más desdichados que,
humanamente hablando, es posible… Solamente se sacrifica para que aquellos a quienes
ama lleguen a ser tan desdichados como él mismo”[3].
El mismo Dios que, en su formato humano, León Felipe imaginaba de esta manera:
“Cristo / Viniste a glorificar las
lágrimas... / no a enjugarlas...
Viniste a abrir las heridas... / no a
cerrarlas.
Viniste a encender las hogueras... / no
a apagarlas
Viniste a decir: / ¡Que corran el
llanto, / la sangre / y el fuego...
como el agua!”[4]
[1]
Nuevo Testamente, Mateo, 19, 24.
[2]
Ortega y Gasset: “Defensa del teólogo frente al místico”, O. C. Tº 5, pp.
456-457.
[3] Kierkegaard
citado por Léon Chestov en “Kierkegaard y la filosofía existencial”, Buenos
Aires, Editorial Sudamericana, 1965, pág. 175à “La vida y las obras
del amor”.
[4] León
Felipe: “Obras Completas”, Buenos Aires, Losada, 1963, pág. 92
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