miércoles, 13 de abril de 2022

QUIÉN ES EL DIOS QUE HA MUERTO Y QUIÉN EL QUE HA DE SUSTITUIRLE

 


     Nietzsche dio por muerto a Dios porque entendía que su función había consistido en servir de consuelo al débil de espíritu, al que aceptaba amoldarse a una moral esclavizadora, la que confortaba a los pobres (reafirmándoles en su pobreza) con la predicación de que “es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios”[1]. Una moral, pues, que anticipaba y venía a promover el resentimiento. Respecto de ese Dios, Ortega no se detenía en decir que había muerto, sino que afirmó: “Yo creo que el alma europea se halla próxima a una nueva experiencia de Dios, a nuevas averiguaciones sobre esa realidad, la más importante de todas”[2]. Y en la transición, parece inevitable que, como está ocurriendo, pasemos por una etapa de caos.

     Esa nueva idea de Dios de la que Ortega habla, en mi opinión, tendrá que incorporar la consideración de que el mal, el infortunio, las dificultades en general, no son algo que Dios debiera de evitarnos (eso pertenecería a la idea antigua, podríamos decir que infantil, de Dios), porque es precisamente a través del enfrentamiento con las dificultades el camino que Dios nos deja habilitado para crecer. De modo que el Dios que, en términos simbólicos, ha de venir de nuevo al mundo (no del todo fácil de entender todavía) habría de ser el que Kierkegaard imaginaba cuando dijo: “Cristo no se hace desdichado a sí mismo en el sentido humano para hacer dichosos a los suyos. ¡No! Se hace a sí mismo y hace a los demás lo más desdichados que, humanamente hablando, es posible… Solamente se sacrifica para que aquellos a quienes ama lleguen a ser tan desdichados como él mismo”[3]. El mismo Dios que, en su formato humano, León Felipe imaginaba de esta manera:

“Cristo / Viniste a glorificar las lágrimas... / no a enjugarlas...

Viniste a abrir las heridas... / no a cerrarlas.

Viniste a encender las hogueras... / no a apagarlas

Viniste a decir: / ¡Que corran el llanto, / la sangre / y el fuego...

como el agua!”[4]



[1] Nuevo Testamente, Mateo, 19, 24.

[2] Ortega y Gasset: “Defensa del teólogo frente al místico”, O. C. Tº 5, pp. 456-457.

[3] Kierkegaard citado por Léon Chestov en “Kierkegaard y la filosofía existencial”, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1965, pág. 175à “La vida y las obras del amor”.

[4] León Felipe: “Obras Completas”, Buenos Aires, Losada, 1963, pág. 92


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