“La realidad, precisamente por serlo y hallarse fuera
de nuestras mentes individuales, sólo puede llegar a éstas multiplicándose en
mil caras o haces. Desde este Escorial, rigoroso imperio de la piedra y la
geometría, donde he asentado mi alma, veo en primer término el curvo brazo
ciclópeo que extiende hacia Madrid la sierra del Guadarrama. El hombre de
Segovia, desde su tierra roja, divisa la vertiente opuesta. ¿Tendría sentido
que disputásemos los dos sobre cuál de ambas visiones es la verdadera? Ambas lo
son ciertamente por ser distintas (…) La realidad no puede ser mirada sino
desde el punto de vista que cada cual ocupa, fatalmente, en el universo (…) La
verdad, lo real, el universo, la vida —como queráis llamarlo—, se quiebra en
facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia
un individuo (…) Y viceversa: cada hombre tiene una misión de verdad. Donde
está mí pupila no está otra: lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra.
Somos insustituibles, somos necesarios (…) Dentro de la humanidad cada raza y
dentro de cada raza cada individuo, es un órgano de percepción distinto de
todos los demás y como un tentáculo que llega a tronos de universo para los
otros inasequibles (…) La perspectiva visual y la intelectual se complican con
la perspectiva de la valoración. En vez de disputar, integremos nuestras
visiones en generosa colaboración espiritual, y como las riberas
independientesse aúnan en la gruesa vena del río, compongamos el torrente de lo
real” (Ortega y Gasset[1]).
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