No
estaba decidido, concluido, prefijado lo que iba a ser el Universo ya desde su
origen, sino que el horizonte de la Creación estaba abierto, iba a discurrir
por un camino que, como decía Machado, “se hace al
andar”. Cuando nacemos (cuando
se produjo nuestro Big Bang personal) venimos al mundo con unas
predisposiciones que determinan un cierto cauce a través del que habremos de
manifestarnos (los genes, los instintos, las capacidades y las limitaciones que
supone nuestra forma física…), pero nuestra vida no estará determinada, sino
sólo orientada hacia el futuro, en el que nos abriremos paso elección a
elección, es decir, libremente, explorando, tratando de establecer objetivos,
finalidades que no estaban prescritos (no somos mera respuesta a una idea que
estuviera ahí dese siempre). El Universo, nuestra vida van haciéndose,
descubriéndose camino adelante.
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“Vivir es ir disparado hacia algo, es caminar hacia una meta. La meta
no es mi caminar, no es mi vida; es algo a que pongo ésta y que por lo mismo
está fuera de ella, más allá. Si me resuelvo a andar sólo por dentro de mi
vida, egoístamente, no avanzo, no voy a ninguna parte; doy vueltas y revueltas
en un mismo lugar. Esto es el laberinto, un camino que no lleva a nada, que se
pierde en sí mismo, de puro no ser más que caminar por dentro de sí” (Ortega
y Gasset[1]).
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