“En toda clase, en todo grupo que no
padezca graves anomalías, existe siempre una masa vulgar y una minoría
sobresaliente (…) Precisamente lo que acarrea la decadencia social es que las
clases próceres han degenerado y se han convertido casi íntegramente en masa
vulgar (…) La acción recíproca entre masa y minoría selecta es, a mi juicio, el
hecho básico de toda sociedad y el agente de su evolución hacia el bien como
hacia el mal (…) Al hallar otro hombre que es mejor, o que hace algo mejor que
nosotros, si gozamos de una sensibilidad normal (…) percibimos como tal la
ejemplaridad de aquel hombre y sentimos docilidad ante su ejemplo. He aquí el
mecanismo elemental creador de toda sociedad: la ejemplaridad de unos pocos se
articula en la docilidad de otros muchos. El resultado es que el ejemplo cunde
y que los inferiores se perfeccionan en el sentido de los mejores. Esta
capacidad de entusiasmarse con lo óptimo, de dejarse arrebatar por una
perfección transeúnte de ser dócil a un arquetipo o forma ejemplar, es la
función psíquica que el hombre añade al animal y que dota de progresividad a nuestra
especie frente a la estabilidad relativa de los demás seres vivos (…) No fue,
pues, la fuerza, ni la utilidad lo que juntó a los hombres en agrupaciones permanentes, sino el poder atractivo de que
automáticamente goza sobre los individuos de nuestra especie el que en cada
caso es más perfecto (…) De esta manera vendremos a definir la sociedad, en
última instancia, como la unidad dinámica espiritual que forman un ejemplar y
sus dóciles” (Ortega y Gasset(1)).
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