“Sin duda que en toda felicidad hay placer; pero el placer es lo menos
en la felicidad. El placer es un acontecimiento pasivo, y conviene volver a
Aristóteles, para quien era evidente consistir siempre la felicidad en una
actuación, en una energía y un esfuerzo. Que este esfuerzo, conforme se va
haciendo, segregue placer no es sino un añadido y, si se quiere, uno de los
ingredientes que componen la situación. Pero (…) las ocupaciones felices,
conste, no son meramente placeres; son esfuerzos, y esfuerzo son los verdaderos
deportes. No cabe, pues, distinguir el trabajo del deporte por un más o menos
de fatigas. La diferencia está en que el deporte es un esfuerzo hecho libérrimamente,
por pura complacencia en él, mientras el trabajo es un esfuerzo hecho a la
fuerza en vista de su rendimiento” (Ortega y Gasset)[1].
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“La palabra «deporte» ha entrado en la lengua común procedente de la
lengua gremial de los marineros mediterráneos, que a su vida trabajosa en el
mar oponían su vida deliciosa en el puerto. «Deporte» es «estar de portu». Pero la vida de puerto no es solo el
marino plantado en el muelle, con las manos en los bolsillos del pantalón y la
pipa entre los dientes, que mira obseso al horizonte como si esperase que en su
líquida línea fuesen de pronto a brotar islas. Hay, ante todo, los coloquios
interminables en las tabernas portuarias entre marinos de los pueblos más
diversos. Esas conversaciones han sido uno de los órganos más eficientes de la
civilización. En ellas se transmitían y chocaban culturas dispares y distintas.
Hay, además, los juegos deportivos de fuerza y destreza (…): caza, cañas,
justas, anillos y danzas” (Ortega y Gasset)[2].
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