A las personas civilizadas nos resulta difícil entender el modo de pensar de los hombres primitivos, porque nosotros llegaríamos a esa idea del genio, esencia o arquetipo del grupo partiendo de los individuos concretos, y abstrayéndonos desde allí; es decir, que nosotros funcionamos mentalmente primero observando en la realidad diferentes ejemplares de animales, y a partir de ellos, a partir de los hechos concretos, generamos la idea abstracta, el concepto, el arquetipo. Los primitivos, sin embargo, hacen lo contrario: parten de lo que nosotros llamaríamos idea abstracta (el ser superior, el genio de la especie, el “hermano mayor”), y consideran que de él nacen los seres concretos e individuales, que no son sino manifestaciones o apariencias de aquel ser primordial. Algo así como la idea platónica, que sería la única auténtica y real, mientras que las realidades concretas e individuales serían manifestaciones o apariencias de aquella otra esencial. Por ello decía Mircea Eliade que “Platón podría ser considerado (…) como el filósofo por excelencia de la ‘mentalidad primitiva’ ”.
Difícil de entender, efectivamente, este modo de pensar: ¿cómo puede disponerse de la idea de un ser general, matriz de los seres concretos, si no es extrayéndola de la visión previa de esos seres concretos, y elevándose después, por abstracción, hacia el concepto general, hacia el arquetipo…? Atascado en estas deliberaciones andaba yo cuando la simple lectura de las noticias en la prensa ha venido en mi ayuda. Leo en el editorial de El País del 9 de noviembre: “Nunca como ahora los ciudadanos catalanes se habían visto constreñidos en tal grado al inconveniente cruce entre un soberanismo improvisado y el neocentralismo asfixiante, que reduce su personalidad lingüística, las atribuciones de su autogobierno y los mandatos de un trato inversor equitativo del Estado”. ¿“Soberanismo improvisado”, cuando desde los comienzos de la inmersión lingüística de Pujol, hace treinta años, esto se veía venir para todo aquel que quisiera mirar? ¿“Neocentralismo asfixiante” un régimen que a lo largo de esos mismos treinta años ha provocado que el gobierno central esté permanentemente mediatizado en sus decisiones por las minorías nacionalistas? ¿“Que reduce (la) personalidad lingüística” de los catalanes, cuando lo que resulta imposible de encontrar en toda Cataluña es un colegio en el que poder escolarizar a los niños en el idioma común de todos los españoles y cuando los rótulos que los comerciantes puedan hacer en ese mismo idioma (no, por ejemplo, en inglés) están castigados con severas multas? ¿Qué reduce “las atribuciones de su autogobierno”, cuando el número de competencias entregadas por el estado a la Generalidad catalana, especialmente después del malhadado estatuto de autonomía de 2006, ha dejado aquella región al borde mismo de la independencia? ¿Que no es “equitativo el trato inversor del estado”? Efectivamente, así es por esta vez: incluso aceptando lo inaceptable (que quienes tributan son los territorios, no las personas), mientras Madrid recauda 66.000 millones de euros y recibe del estado a cambio 11.000, Cataluña recauda 27.000 y a cambio recibe 15.700… Pero parece que las conclusiones del editorialista de El País querían ir por otro lado.
En fin, ¿cómo entender que El País llegue a ese enunciado máximo, que, por otra parte, viene a ser la consigna más manoseada por nuestros nacionalistas, según el cual la región catalana está sometida a un “neocentralismo asfixiante” cuando la realidad, los hechos concretos, contradicen tan palmariamente ese presupuesto? Levy-Bruhl nos da la clave: las mentes primitivas funcionan teniendo un principio, una idea previa, un genio de la lámpara que está por encima de la realidad, la cual habrá de ser algo subordinado a aquel prejuicio. Los datos de la experiencia son animálculos jóvenes, que todavía no han aprendido a someterse a los dictados de quienes se encargan de emitir la doctrina verdadera. Las mentes primitivas sólo saben encajar en los presupuestos del totalitarismo, según los cuales, lo que debe de ser creído es lo que emana del orwelliano Ministerio de la Verdad, no lo que nos dictan nuestros engañosos ojos.
¡Y pensar que esos funcionarios mediáticos del Ministerio de la Verdad han sido los inspiradores directos de la política de los gobiernos socialistas y tienen una gran influencia sobre los del PP…! ¿Estaremos llegando ya a 1984?
Artículos de este blog relacionados:
“El catastrófico complejo
de inferioridad de los españoles”
“Nacionalismos y otras utopías reaccionarias”
“Cómo nace, crece y… ¿muere? un estado moderno”
“España, una nación que se muere”
“Las desventajas del federalismo”
La desfachatez nacionalista desafía a la inteligencia: ¿cómo puede explicarse un ciudadano culto e informado del siglo XXI esa enfermedad moral que afecta a individuos también informados, con el mismo acceso a las fuentes del conocimiento, de la Historia, de la Filosofía, de las ideas políticas, … y, por tanto, de las experiencias aterradoras que ha supuesto esa mezcla de racismo y prejuicios, contraria a la civilización, en que consiste el nacionalismo como “doctrina” y el secesionismo como 'praxis' consecuente?
ResponderEliminarLa necesidad del hombre moderno de hallar una explicación racional para cualquier fenómeno que le afecte -y el nacionalismo, y su consecuencia, en secesionismo, no sólo afecta a los portadores del virus, sino a toda la comunidad nacional dada-, esa necesidad de explicación, puede conducir a ensayar una y otra, en busca de la más apropiada.
No diré yo que ese esfuerzo sea vano, todo lo contrario, creo que en el hilado de ese paño de Penélope han consumido algunos intelectuales españoles sus mejores esfuerzos, y, aún cuando no hayan llegado a la unanimidad 'científica', cosa comprensible tratándose de una enfermedad del espíritu, refractaria al estudio en laboratorio, sí han logrado obras estimables, desde “El laberinto vasco” hasta “el bucle melancólico”, y otras a las que se unen tus análisis.
La caracterización de los nacionalistas-separatistas como ejemplo de 'mentalidad primitiva' tiene, para mí, la dificultad de no resistir la piedra de toque de la ingenuidad. La mentalidad primitiva es inocente, ingenua, en el sentido de anterior a la pérdida de la inocencia del mito bíblico. Es una mentalidad en la que puede haber error, pero no hay maldad, algo muy alejado del retorcimiento inicuo de la 'ideología' -elaboración ya impropia de la mentalidad primitiva- nacionalista. Porque, aunque se pueda decir que el nacionalismo no es propiamente una ideología, sino una patología, lo cierto es que participa también en el más alto grado de los rasgos de la ideología señalados por Revel:
¿Qué es una ideología? Es una triple dispensa: dispensa intelectual, dispensa práctica y dispensa moral.
La primera consiste en retener sólo los hechos favorables a la tesis que se sostiene, incluso en inventarlos totalmente, y en negar los otros, omitirlos, olvidarlos, impedir que sean conocidos. La dispensa práctica suprime el criterio de la eficacia, quita todo valor de refutación a los fracasos. Una de las funciones de la ideología es, además, fabricar explicaciones que los excusan. A veces la explicación se reduce a una pura afirmación, a un acto de fe .../.../... La dispensa moral abole toda noción de bien y de mal para los actores ideológicos; o más bien, el servicio de la ideología es el que ocupa el lugar de la moral. ...
Yo creo más bien que los nacionalistas de hogaño, los nuestros, esta peste que amenaza la existencia de la democracia española -el estado de derecho realmente existente- a cambio de quimeras en que el crimen y la impunidad se complementen, responden a una mentalidad no premoderna, sino posmoderna, indigna o peor aún, insusceptible de todo lujo explicativo.
ResponderEliminarConservo un artículo de Juan Bas publicado en el Diario vasco el 4 de abril de 2005 -víspera de las elecciones a las que concurría Ibarreche con su plan epónimo (momento con alguna semejanza con la acutalidad)-, y siempre lo saco del cajón cuando toco el tema, así que seguramente me repito:
<¿Por qué el nacionalismo vasco tiene éxito? Creo que en primera instancia es porque ser nacionalista es como ver la tele: es gratis y no requiere esfuerzo. Ser nacionalista es gratificante, elemental, emotivo y otorga una ficción de importancia y preeminencia basadas en la distinción con el resto del mundo. Y lo mejor de todo para su proselitismo es que para pertenecer a esta grey basta con la entidad y el corazón: ser y sentirse vasco.
La fórmula se alimenta con la magnificación provinciana de una serie de rasgos diferenciales que perviven abonados por el ruralismo y la deformación de la historia, preservados mediante la exclusión y privilegiados por los que llevan un cuarto de siglo administrando el País Vasco como si fuera su caserío particular.
Y sobre todo, ser nacionalista faculta para alardear individual y colectivamente de orgullo nacional, que es mucho más sencillo y descansado que forjar y ganarse uno personal con mérito y esfuerzo.
O sea, algo parecido al hincha de un equipo de fútbol cuando dice: hemos ganado. De hecho, probablemente la pasión nacionalista y la futbolística sean parecidas.
Decía Voltaire que «los errores históricos seducen a naciones enteras». >
Donde dice vasco pongan cualquier otra variable de nuestras plagas -gallego, catalán, canario, ...- con las peculiaridades que quieran; por ejemplo, atendiendo a la actualidad, el odio y el desprecio al resto de los españoles, incluidos, y en lugar privilegiado, los catalanes no-nacionalistas -esos traidores-, expresado con esa infamia 'España nos roba', que permite garantizar no sólo la impunidad, sino la renovación de la confianza este domingo a los que verdaderamente roban y esquilman también al propio rebaño nacionalista, y verán que las proposiciones del Sr. Bas conservan en lo esencial su validez.
Querido Javier, la basura nacionalista no es digna de tu esfuerzo por encontrarle una explicación más elevada que su ínfima condición: el caganet con el que profanan el Belén es su adecuada expresión, la marca de su nivel. Tal vez para comprenderlo no sea preciso elevarse a Platón, sino más bien agacharse, y aún bajarse las calzas.
Me he reído con ganas, Carlota, ante esa imagen final en la que contrastabas a Platón con esas otras cosas menos elevadas. Vale, no creas que porque busque las razones de ser de nuestros nacionalismos los desprecio menos. y no sólo me interesan los nacionalismos, sino las ideologías totalitarias o protototalitarias en general, aunque los tiempos se encargan de ponernos más cerca de los ojos lo que resulta más urgente.
ResponderEliminarEl primer elemento de perplejidad se plantea, como tú mismo resaltas, al observar que no necesariamente son personas primarias o asilvestradas las víctimas del virus nacionalista. Gustave Le Bon, al que últimamente cito mucho, decía: “El hecho más llamativo que presenta una masa psicológica es el siguiente: sean cuales fueren los individuos que la componen, por similares o distintos que puedan ser su género de vida, ocupaciones, carácter o inteligencia, el simple hecho de que se hayan transformado en masa les dota de una especie de alma colectiva. Esta alma les hace sentir, pensar y actuar de un modo completamente distinto de cómo lo haría cada uno de ellos por separado”. Y más adelante: “En el alma colectiva se borran las aptitudes intelectuales de los hombres y, en consecuencia su individualidad”. Bueno, yo trato de rastrear ese estado mental en el que quedan anuladas o soterradas las aptitudes intelectuales que dejan el primer plano a unos sentimientos, estos sí, primarios. Y creo ir entendiendo que tal estado mental tiene relación con esa identificación mística con una entidad colectiva en la que las aptitudes individuales se disuelven o subordinan a ella. Cuando eso ocurría en los pueblos primitivos, Levy-Bruhl lo llamaba “participación mística”. Cuando ocurre en las sociedades actuales, se entiende mejor como totalitarismo. No es lo mismo, claro: los “primitivos” no han desarrollado aún su individualidad (como los niños, hablan de sí en tercera persona); los “civilizados” renuncian a ella.
Las dispensas que encuentra Revel en las ideologías también las encuentro yo partiendo de la psicología: la dispensa intelectual es muy habitual en los niños (esos seres primitivos con los que convivimos): ellos prefieren un cuento que a sus ojos merezca ser verdad antes que la desnuda realidad. La dispensa práctica es eso que hace decir a un niño que un juguete que le encantaba, ahora resulta que no le gustaba… justo desde que se le rompió. Y la dispensa moral es lo que hace que los hombres no distingamos entre el bien y el mal hasta que somos expulsados del paraíso terrenal que constituye la infancia. Quienes se permiten adscribirse a ese tipo de ideologías de las que habla Revel, ya lo siento (sé que no te gustan demasiado este tipo de inferencias), es que aún no han salido de ese recinto de irresponsabilidad que es la infancia… o la mentalidad primitiva.
Las razones del éxito de los nacionalistas a las que alude Juan Bas no me parecen suficientes: a ti y a mí nos han tentado esos mismos estímulos reforzantes (el que ser nacionalista no exija ningún esfuerzo, el que añada a nuestra intrínseca escasez el fabuloso complemento de sentirse pertenecer a una colectividad importante, el que comporte privilegios económicos y sociales…) y pese a ello hemos salido antinacionalistas. ¿Por qué? Porque esos refuerzos actúan sobre una personalidad inmadura, débil, sin sustento moral. Justo la que a mí me parece el sustrato fundamental de las ideologías nacionalistas y totalitarias en general, y que yo trato de analizar.
Cuando haces algún comentario, Carlota, este blog sube de categoría. Lo que dices siempre es incisivo e intelectualmente estimulante.
Córcholis, Javier, estaba yo con la tercera vuelta a mi matraca y, una vez dada la tecla de publicar, veo tu contestación.
EliminarPerdona la incoherencia, pero no leí tu comentario antes de publicar el mío: me pongo a ello y prometo más sobriedad que hasta ahora. Es que oí a Santiago González, a Carlos Rodríguez Braun y a Federico Jiménez Losantos mencionar el art. de Cayetana Álvarez de Toledo y pensé que venía como anillo al dedo para insertar su cita y enlace bajo tu entrada.
Bueno, voy a leer ahora mismo tu último apunte. [y después me pondré inmediatamente a 'levantar España', que hay que contrarrestar el afán destructivo de demasiados nacionalistas]
No me atrevería a discutir esa inferencia, a partir de las manifestaciones que conocemos de nuestros nacionalistas, de que el fenómeno-nacionalismo es -también- una afección del desarrollo social que retiene a sus adeptos en la infancia o en la preadolescencia: muestra muchos síntomas de la inmadurez, aunque asumida con orgullo, sin el contrapeso de la timidez o de las dudas sobre la autoestima que dulcifican el carácter de los niños. Por el contrario, en los nacionalistas la irresponsabilidad y el egoísmo están fosilizados y se exhiben con sentimiento de superioridad; un egoísmo -que se muestra en la obsesión por el logro o conservación de privilegios fiscales- compatible con la entrega al grupo de referencia.
EliminarTal vez el nacionalismo es actualmente el mejor asidero para innumerables almitas incompletas que encuentran en esa comunión su plenitud: ser y sentirse parte de un Pueblo en marcha hacia su destino, desdeñosos con quienes no engrosamos el rebaño y permanecemos en las márgenes de su camino triunfal.
Ya sabes que yo no creo que los nacionalismos actuales sean reaccionarios, sino progresistas: la reaccionaria soy yo, que reacciono contra ellos porque me fastidian. -No sé donde tengo el ensayo de García Morente sobre el progreso, pero creo que ahora me vendría bien-. Tenemos aquí una seria diferencia semántica.
Son ellos los que tienen Planes, de 'construcción nacional', de 'nuevo estatus', etc, siempre de ingeniería social. Por eso creo también que el nacionalismo pos-moderno es inseparable del socialismo. Es un estatismo, y sólo puede 'prosperar' de arriba hacia abajo, como lo prueba el caso o el ramillete de casos españoles: sólo mediante la apropiación de las estructuras del estado, por su abandono o cesión irresponsable -caso de la enseñanza, por ejemplo- ha sido posible llegar al umbral en que nos hallamos, y en lo que los nacionalistas, casi siempre desde el poder, y siempre condicionándolo por les estúpidos complejos del resto, han empleado miles de millones de nuestro esfuerzo fiscal.
Después de atreverme a enunciar esta punto, volveré esta noche.
Hemos asumido en España, incluso desde antes de la transición, pero, sobre todo, durante aquel proceso, corrompiéndolo, la falsa idea de que 'todas las ideas son legítimas' ... a condición de que, o cuanto más no separasen del régimen anterior.
ResponderEliminarAsí obtuvo el nacionalismo el inmenso y desproporcionado caudal de legitimidad empleado en hostigar y disminuir a los españoles, a los generosos donantes de injustificado e inmerecido crédito.
Pero, como dice hoy cierta diputada,... There is only one problem: it is not true
A ver si nos atrevemos a decir en español lo que, por lo visto, es tan difícil de decir en nuestro idioma:
In 1945 George Orwell, a famous witness to Catalonian history, defined nationalism as “the habit of assuming that human beings can be classified as insects and that whole blocks of millions of people can be confidently labelled ‘good’ or ‘bad’.” Nationalism is indeed a bad habit, but also something else: it is the biggest impediment to freedom in Catalonia, the largest obstacle to prosperity in Spain and the most serious threat to European unity.
O sea: que el nacionalismo es una porquería. Que no todas las ideas son dignas de respeto. Algunas sólo merecen desprecio, empezando por cuestionar que merezcan el nombre de 'ideas'.