La antisocialidad, la inveterada ineptitud de una gran parte
de los españoles para pensar en términos de colectividad es, sin duda, el
problema más grave de cuantos nos afectan como nación. Y, con lógica
preocupación, Ortega aborda este asunto reiteradamente y desde diferentes
ángulos. Uno de ellos, el psicológico, y situado en él, enuncia de esta manera
cuál entiende que es nuestro pecado capital:
“La soberbia es nuestra pasión nacional, nuestro pecado capital” (1).
Y considera que de ese vicio antisocial son los más cualificados portadores, entre nosotros, los vascos. Estima, en fin, queel que haya llegado a comprobar la existencia de esa soberbia vasca y peninsular, “puede abrir la poterna que cierra los sótanos de la historia de España” (2).
Pero ¿qué es la soberbia? Digamos para empezar que se
manifiesta cuando aquel que está poseído por ella siente que el nivel en el que
su propia autoestima le coloca es cuestionado o no reconocido. Y ejecuta
entonces, en compensación, una íntima afirmación de sí mismo y de su derecho al
rango del que se le pretende excluir. Para empezar, con los gestos, que son
siempre expresión de las emociones que proliferan en la intimidad de quien los
realiza: “Como los gestos que expresan las emociones son siempre simbólicos y
una especie de pantomima lírica, el individuo se yergue un poco mientras
íntimamente reafirma su fe en que vale más que el otro. Al sentimiento de
creerse superior a otro acompaña una erección del cuello y la cabeza —por lo
menos, una iniciación muscular de ello— que tiende a hacernos físicamente más
altos que el otro. La emoción que en este gesto se expresa es finamente
nombrada “altanería” por nuestro idioma” (3).
Entre los ingredientes de nuestra personalidad, este
sentimiento que nos lleva a sentirnos situados a una u otra altura es uno de
los más decisivos. Y ese sentimiento de nivel personal llega, efectivamente, a
configurarse de dos posibles maneras: “Hay hombres que se atribuyen un determinado
valor —más alto o más bajo— mirándose a sí mismos, juzgando por su propio
sentir sobre sí mismos. Llamemos a esto valoración espontánea. Hay otros que se
valoran a sí mismos mirando antes a los demás y viendo el juicio que a éstos
merecen. Llamemos a esto valoración refleja” (5).
El primer tipo de hombres, en el extremo, deriva en soberbia; el segundo, en
vanidad. Cuando el centro de gravedad estimativo radica en uno mismo, no se
recibe influencia que proceda de los demás, uno se abastece de criterios
valorativos propios. Mientras tanto, el que cuando exagera propende a la
vanidad, vive de cara a su periferia social, se deja influir por los demás,
atiende y escucha lo que le dice el prójimo.
No necesariamente esos balances estimativos devienen
soberbia o vanidad. El hombre que se valora espontáneamente, sin esperar a lo
que digan los demás, puede muy bien ser una persona humilde o también acertar y
ser justo en su propia valoración. “Al llegar a esta altura del análisis
divisamos con perfecta claridad lo que es la soberbia: un error por exceso en
el sentimiento de nivel” (6).
Es cuando ese error se hace persistente y general cuando estamos ante una
persona cabalmente soberbia. Y no es tanto que yerre en su apreciación de sí
mismo, que también, sino que está ofuscado a la hora de emitir valoraciones
sobre el prójimo, en el que no es capaz de descubrir excelencias; solo está
atento a las propias. La valoración espontánea, la que para realizarse no
espera a tener referencias de los demás, puede también llevar a decidirse por
una desestimación general de uno mismo. Entonces no se trata propiamente de
humildad, como ocurriría en el caso contrapuesto a la vanidad, sino de
abyección, autodesprecio.
La soberbia “supone una psicología en que se da exagerada la tendencia a gravitar el alma hacia dentro de sí misma, a bastarse a sí misma. Con agudo diagnóstico, se llama vulgarmente a la soberbia “suficiencia”. El puro soberbio se basta a sí mismo, claro es que porque ignora lo ajeno. De aquí que las almas soberbias suelan ser herméticas, cerradas a lo exterior, sin curiosidad, que es una especie de activa porosidad mental” (7). Esa autosuficiencia hace al soberbio inapto para la vida en sociedad. Y llegados hasta aquí es como podemos ver ya que lo que hemos ido haciendo es analizar esa peculiar manera de ser que caracteriza a buena parte de los españoles, y que podríamos sintetizar diciendo: “El español fino no necesita de nada, y menos que de nada, de nadie” (8).
Esa falta de atención, de curiosidad, de comprensión y
emulación hacia lo que de valioso pueda haber en el entorno resulta ser una
muralla que bloquea el paso hacia lo que aún queda por aprender y por
perfeccionarse. Porque, por si fuera poco, podría fundarse la soberbia en la
seguridad de creerse uno el más inteligente, el más valiente o el más sensible
a la belleza y al arte, pero si además de la ceguera para las virtudes del
prójimo uno se afirma en valores mínimos, la soberbia desciende también a sus
escalones más bajos. Detengámonos aquí e imaginemos este caso en que se “estima
exclusivamente las calidades elementales adscritas genéricamente a todo hombre.
¿Se advierte la curiosa inversión de la perspectiva moral y social que esto
trae consigo? Pues ésta es la soberbia vasca. El vasco cree que por el mero
hecho de haber nacido y ser individuo humano vale ya cuanto es posible valer en
el mundo. Ser listo o tonto, sabio o ignorante, hermoso o feo, artista o torpe,
son diferencias de escasísima importancia, apenas dignas de atención si se las
compara con lo que significa ser individuo, ser hombre viviente” (9).
Todas las excelencias y virtudes posibles resultan ser secundarias y
prescindibles ante el mero hecho de ser vasco. En tal caso, “lo
grande, lo valioso del hombre es lo ínfimo y aborigen, lo subterráneo, lo que
le pone en pie sobre la tierra” (10).
Y esto se extiende, quizás a veces de manera enmascarada, a una gran parte de
los españoles, que tienden a aceptar que “lo mejor del hombre es lo ínfimo” (11),
que los pobres de espíritu reinarán sobre la tierra, que el que ha logrado
enriquecerse, como Amancio Ortega, no tiene más mérito que el okupa, ni el que
se esfuerza por ser mejor merece estar más arriba en el escalafón laboral o
educativo. De ahí que, a los efectos de la relación con los demás “se
(acepte) rencorosamente como el mal menor un “¡todos iguales!”, ese terrible,
negativo, destructor “¡todos iguales!” que se oye de punta a punta en la
historia de España si se tiene fino oído sociológico” (12) (se
puede constatar la actualidad de estas apreciaciones de Ortega comparándolas
con los resultados del Estudio
Internacional Values and Worldviews, publicado por la Fundación BBVA hace unos
años: https://www.libremercado.com/2013-04-07/gritar-mucho-y-mojarse-poco-una-foto-poco-agradable-del-espanol-medio-1276486814/
).
[1] O y G:
“Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 459.
[2] O y G:
“Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 459.
[3] O y G:
“Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 460.
[4] O y G:
“Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 461.
[5] O y G:
“Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 462.
[6] O y G:
“Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 462.
[7] O y G:
“Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 463.
[8] O y G:
“Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 463.
[9] O y G:
“Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 464.
[10] O y G:
“Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 465.
[11] O y G:
“Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, p. 465.
[12] O y G:
“Para una topografía de la soberbia española”, O. C., Tº 4, pp. 465-66.
El retrato colectivo es siempre complejo porque está hecho con trazos difusos; el pesimismo de Ortega y Gasset fue creciendo con la contingencia histórica y abocó en la república al "no es eso, no es eso". Ahora las circunstancias también son propicias a mirar las cosas con rostro cejijunto: el independentismo fundamentalista, la mostrenca ultraderecha o la falta de un proyecto de estado de la izquierda dejan pocos naipes para barajar... Pero hay que seguir jugando; cada año tiene su verano. Fuerte abrazo y un placer pasear por aquí.
ResponderEliminarSeguro que, si tuviera la oportunidad, también diría Ortega hoy y aquí "no es esto, no es esto". No son circunstancias homologables, claro, pero sí que demuestran que los hombres, y más los españoles, hacemos poco caso a la historia (y al sentido común) y estamos muy escasamente dispuestos a reconocer, y en esa medida aprender de, nuestros errores. Yo, efectivamente, estoy contagiado del pesimismo de Ortega, pero, también como él, se trata de un pesimismo no meramemente contemplativo. Ya sabes: "si no la salvo a ella (a mi circunstancia), no me salvo yo", y eso, aunque no sepamos muy bien cómo, compromete. Encantado de verte por aquí, José Luis, y de que enriquezcas con tu sabiduría y elocuencia este humilde rincón. Otro fuerte abrazo para ti.
Eliminar