Si hubiéramos de clasificar a los seres humanos según su modo
de confrontarse con el mundo en solo dos biotipos puros, del primero diríamos
que va decidiendo a su individual manera cómo llevar esa confrontación momento
a momento, situación a situación. En el otro extremo estaría aquel que cuenta
en su bagaje con un nutrido sistema de ideas y convicciones con las cuales se
enfrenta a las situaciones concretas, y que hacen que su modo de ser sea
estable, previsible y congruente en las respuestas que da a las diferentes
situaciones. En la primera forma de ser va incluido el predominio de las
impresiones, de las respuestas espontáneas, impremeditadas e inconsistentes entre
una vez y la siguiente. En la segunda, la impresión y la espontaneidad son
sustituidas por la deliberación y por la consistencia en las respuestas. En el
uno predomina el trato impresionista, sensual con las cosas, en el otro, ese
trato está acotado por los conceptos y por el pensamiento en general.
Pues bien, los españoles, dice Ortega, “representamos en el mapa moral
de Europa el extremo predominio de la impresión. El concepto no ha sido nunca
nuestro elemento" (1).
Pero es que “una raza de hombres es una clase de productos culturales, de ideas, de
acciones, de sentimientos. Y originariamente y sobre todo, una raza es una
manera de pensar” (2).
En suma, aquello en lo que los españoles somos deficitarios. Por eso debe de
ser que tengamos tanta dificultad en sentirnos nación, que es lo mismo que decir
sujetarnos a las normas colectivas. Y ¡cuidado!: “En la decadencia de un pueblo
los individuos pierden la sensibilidad que les ponía en contacto con las
rígidas normas colectivas” (3).
Tal vez aquí se localice el núcleo del pesimismo de Ortega.
El destino humano
adquiere plenitud no cuando, como en general hacemos los españoles, nos
quedamos anclados en el trato con las cosas elementales e inmediatas, sino
cuando vamos ampliando la red de relaciones entre esas cosas o entre las
distintas situaciones por las que atravesamos para que así podamos ampliar el
radio de nuestro entendimiento hacia realidades más abstractas. Tenemos, en
fin, arraigada una forma de ser mal dotada para la deliberación y la
abstracción. Nuestros comportamientos están más guiados por la pasión, la
impulsividad, el inmediatismo, y se sustentan menos en el soporte de la cultura
y del esfuerzo intelectual. Como Don Juan, vamos picoteando de flor en flor.
Como los políticos al uso, vamos cambiando de chaqueta según lo vaya demandando
cada coyuntura. En las conversaciones no intercambiamos razonamientos, sino que
disputamos con fogosidad a ver quién emite más decibelios (una forma fácil de
reconocer a los españoles cuando se viaja fuera de España). Cualquier intento
de mejorar este carácter hispano habrá de partir de la limitación cultural que
en este sentido arrastramos en nuestro biotipo.
No es que no hayamos desarrollado una cultura, claro está,
pero sí que en ella hay un máximo de componentes impresionistas y un mínimo de
añadidos de lo racional. Y a menudo, sin embargo, hemos elevado a cotas
sublimes esa en principio deficitaria forma de ser. Un buen ejemplo de ello
sería Goya. “Goya representa —como acaso España— una forma paradójica de la
cultura: la cultura salvaje, la cultura sin ayer, sin progresión, sin
seguridad; la cultura en perpetua lucha con lo elemental, disputando todos los
días la posesión del terreno que ocupan sus plantas. En suma, cultura
fronteriza” (4).
Por eso Goya es el padre del impresionismo. Y por lo mismo yerra quien busca
una razón de ser a los temas goyescos: brotan directamente del alma que, sin
más mediaciones, contempla la realidad circundante. Son impresiones, no
propuestas morales o valorativas. En general, los productos mejores de nuestra
cultura tienden al equívoco, manifiestan una peculiar inseguridad o falta de
sentido, la que se deduce de nuestra poca afición a pensar.
El Quijote es
asimismo una singular muestra del equívoco de la cultura española. “Confrontado
con Cervantes, parece Shakespeare un ideólogo. Nunca falta en Shakespeare como
un contrapunto reflexivo, una sutil línea de conceptos en que la comprensión se
apoya” (5).
El autor español, por el contrario, no sostiene su obra sobre ninguna fórmula
general o ideológica, se retiene dentro de las puras impresiones. Pero en ello
reside, precisamente, el don supremo de Cervantes. Porque “es, por lo menos, dudoso que
haya otros libros españoles verdaderamente profundos” (6).
Y de lo que se trataría sería de exprimir estas significativas características
de la obra cervantina o goyesca para concentrar en ellas “la magna pregunta: Dios mío, ¿qué
es España?" (7).
La inexistencia en la práctica de respuestas definitivas, o al menos suficientes,
a esta pregunta –prolongando aquella ausencia de razonamiento que aportaría
claridad a nuestro trato impresionista con la realidad– produce en Ortega
preocupaciones de primer orden. Porque, dice: “¡Desdichada la raza que no hace
un alto en la encrucijada antes de proseguir su ruta, que no se hace un
problema de su propia intimidad; que no siente la heroica necesidad de
justificar su destino, de volcar claridades sobre su misión en la historia!” (8).
Dijo también Ortega: “Un pueblo es un estilo de vida, y como tal,
consiste en cierta modulación simple y diferencial que va organizando la
materia en torno” (9). Nuestra
falta de organización creadora, nuestra escasez de perspectiva, de jerarquías
que ordenen los acontecimientos y diferencien, en este caso, entre lo que es
esencial en el ser de España y lo que, por el contrario, es degeneración, nos
ha conducido, escribía Ortega en 1914, a “tres siglos y medio de descarriado vagar” en
que “la
realidad tradicional en España ha consistido precisamente en el aniquilamiento
progresivo de la posibilidad España (…) Español significa para mí una altísima
promesa que sólo en casos de extrema rareza ha sido cumplida (…) Una de estas
experiencias esenciales es Cervantes, acaso la mayor” (10).
En el estilo de Cervantes hay ya perfilados, aunque precisados de pensamiento y
aclaración, una filosofía y una moral, una ciencia y una política. “Del
mismo modo que hay un ver que es un mirar, hay un leer que es un intelligere o
leer lo de dentro, un leer pensativo. Sólo ante éste se presenta el sentido
profundo del Quijote” (11).
Si la filosofía o la moral solo están implícitas en el Quijote, habrá que
leerlo traspasando la línea de la superficie.
La cultura –arte o ciencia o política–, los conceptos, ponen
orden, firmeza, pulimento y precisión en las cosas, ayudan a esclarecer,
explicar o interpretar la vida. Y precisamente, “el hombre tiene una misión de
claridad sobre la tierra” (12).
La vida no es clara para empezar; al revés, es confusa, caótica,
desconcertante. Por ello, no alcanza su plenitud sino con la asistencia de la
razón. Razonar, tener una idea es aportar claridad al inicialmente confuso
mundo en que vivimos. En todo ello, dentro del contexto europeo, los españoles estamos
en mínimos. Cita Ortega a Azorín: “No hay más aplanadora y abrumadora
calamidad para un pueblo que la falta de curiosidad por las cosas del espíritu:
se originan de ahí todos los males” (13).
Las cosas del espíritu son las que se oponen al inmediatismo, las que van
conjuntando vivencias y situaciones hasta extraer de ellas pautas de
estabilidad, ideas, convicciones… acatamiento de las normas colectivas. En la
vida de los pueblos, las cosas del espíritu son asimismo las que aglutinan y
refuerzan el sentimiento de participar en una común tarea. Y de eso es de lo
que se trata, puesto que “una nación es un proyecto sugestivo de vida
en común” (14).
[1]
O y G: “Meditaciones del Quijote”, O. C. Tº 1, p. 359.
[2]
O y G: “La guerra, los pueblos y los dioses”, O. C. Tº 1, p. 414.
[3]
O y G: “Renan”, O. C. Tº 1, p. 460.
[4]
O y G: “Meditaciones del Quijote”, O. C. Tº 1, p. 355.
[5]
O y G: “Meditaciones del Quijote”, O. C. Tº 1, p. 360.
[6]
O y G: “Meditaciones del Quijote”, O. C. Tº 1, p. 360.
[7]
O y G: “Meditaciones del Quijote”, O. C. Tº 1, p. 360.
[8]
O y G: “Meditaciones del Quijote”, O. C. Tº 1, p. 360.
[9]
O y G: “Meditaciones del Quijote”, O. C. Tº 1, p. 362.
[10]
O y G: “Meditaciones del Quijote”, O. C. Tº 1, p. 362.
[11]
O y G: “Meditaciones del Quijote”, O. C. Tº 1, p. 340.
[12]
O y G: “Meditaciones del Quijote”, O. C. Tº 1, p. 357.
[13] O y G: “Nuevo
libro de Azorín”, O. C. Tº 1, p. 242.
[14] O y G: “España
invertebrada”, O. C. Tº 3, p. 56.
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