La novela es un instrumento al servicio del conocimiento del
hombre. Realiza esa función trasladándonos imaginariamente a escenarios en los
que podemos explorar ese mundo íntimo nuestro que se reconoce en los personajes
novelados, en sus aspiraciones, en sus ideales, en sus aventuras, para probarse
en ellos gracias a la imaginación y así descubrir potencialidades, latencias
que no llegan a aflorar en la vida concreta de cada cual, de cada lector, pero
que el juego de la narración literaria permite explorarlas haciéndolas
discurrir, con ayuda de la fantasía, por los limitadores y frustrantes parajes
que opone la realidad.
Como dice Ortega, le es esencial a la novela, desde su
inicial aparición con el Quijote, su carácter tragicómico: el protagonista vive
como tragedia su heroica aspiración a ver realizados sus ideales, tragedia que
decae en comedia cuando tan altas aspiraciones chocan con la dura realidad y
ponen al descubierto la debilidad y vulgaridad del pretendido héroe.
Como una expresión más de la crisis cultural que vive
nuestro tiempo, Ortega detecta que esa crisis ha llegado también a la novela. En
la novela contemporánea, dice, el ideal que ha de mover a los protagonistas “cae
desde poquísima altura”. ¡Malos tiempos para la lírica… y para la novela!
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