“La vida, señores, es un fluido indócil que no se deja retener, apresar,
salvar. Mientras va siendo, va dejando de ser irremediablemente. Cuando
queremos prender al sentimiento que en este instante sentimos y volvemos a él
la atención, ya ha concluido y ha dejado su puesto a otro. Del que buscábamos
vemos sólo la espalda fugitiva, que se aleja tiempo abajo, con vago ademán de
espectro” (Ortega y Gasset[1]).
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La vida es esquiva. Lo es en el sentido de que no existe un
presente o un pasado en el que anclarla y hacer que allí resida lo que somos.
“Ser” es estar en camino, es “ir siendo”. Los conceptos no pueden dar razón
suficiente de ello, porque un concepto es algo fijo, se acomoda a lo que las
cosas “son”, traicionando, pues, ese otro “ir siendo” que está en movimiento.
Para pensar, pues, las cosas, hemos de abstraernos, salir de ese flujo en que
la vida consiste y estancarnos en ese momento irreal que es el concepto (¡y no
tenemos, sin embargo, otro modo de intentar entender que no sea pensando!). La
razón funciona aquietando ese discurrir imparable que es la vida, es decir, que
funciona saliéndose de la vida. Solo capta lo que las cosas y nosotros mismos
seríamos si nos quedásemos parados. “Pasado” y “presente” son estancamientos,
modos de querer atrapar la vida que, mientras tanto, sigue discurriendo. Vivir
no es, pues, haber estado en el pasado o estar en el presente: eso es haber
vivido, Vivir es… caminar, estar caminando. ¿Hacia dónde? Inevitablemente,
hacia el futuro. “Somos” mientras “vamos siendo” camino del futuro. Por todo
esto dice Ortega: “En un buen orden psicológico, pues, lo decisivo no es la suma de lo
que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser: el apetito, el afán, la ilusión,
el deseo. Nuestra vida, queramos o no, es en su esencia misma futurismo”
(Ortega y Gasset[2]).
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