Rob Gonsalves |
“El investigador de la naturaleza, el hombre de entendimiento
productivo, en sentido propio, ya sea un experimentador como Faraday, ya un
teórico como Galileo, ya un calculador como Newton, encuentra en su mundo
siempre cantidades, nunca
direcciones, y las mide, las experimenta, las ordena. La cantidad es lo único
que se acomoda a la concepción por números, a la definición por causa y efecto,
a la explicación por conceptos, fórmulas y leyes. Aquí acaban las posibilidades
de todo conocimiento naturalista puro. Todas las leyes son conexiones
cuantitativas, o, como el físico dice, todos los procesos físicos transcurren en el espacio (…) Pero
las impresiones o aspectos históricos son irreductibles a la cantidad. Su
órgano es otro (…) En efecto, hay un conocimiento
de la naturaleza y un conocimiento
de los hombres. Hay la experiencia
científica y la experiencia de
la vida” (Oswald Spengler[1]).
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“La vida del alma
humana está determinada por un objetivo. Ningún hombre puede pensar, sentir,
desear ni soñar sin que todo esto esté determinado, condicionado, limitado,
seleccionado, dirigido por un objetivo” (Alfred Adler[2]).
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“El hombre (es) formalmente puro movimiento y movimiento que va atraído por una meta” (Ortega y Gasset[3]).
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