lunes, 22 de noviembre de 2021

¿LA REALIDAD ES NEUTRAL? ¿QUÉ DIFERENCIA LA REALIDAD SEGÚN LA VE UN ESQUIZOFRÉNICO DE LA QUE VE UNA PERSONA “NORMAL”?

 


   Aparentemente la realidad debería de ser neutral (objetiva): Kant, por ejemplo, llama “noúmeno” a la realidad en sí, la que es independiente del sujeto que la observa y, por tanto, neutra respecto de cualquiera que la observe. Dice también que esa realidad en sí no nos es accesible, que lo que llegamos a ver de ella es lo que llama “fenómeno”, que es el “noúmeno” una vez filtrado por nuestras categorías, por nuestra capacidad de ordenar eso que, desprovisto de esas categorías nos aparecería como un “caos de sensaciones”. Por tanto, el “fenómeno” sería una producción del sujeto, un añadido “irreal” al “noúmeno”, a la realidad en sí.

     Ortega, sin embargo, vino a trastocar (a superar) esa visión kantiana, y elevó a la consideración de realidad también a eso que aportaba el sujeto, el punto de vista desde el que cada sujeto percibía esa supuesta “realidad en sí”. Cada sujeto percibía una parte de la realidad… pero esa parte era real, de manera que la realidad total, la realidad completa estaría hecha por la conjunción de todos los puntos de vista posibles… lo cual solo estaría al alcance, supuestamente, de Dios. La realidad, por tanto, se nos aparece a cada cual según sea nuestro punto de vista, y en ese punto de vista van incluidos no solo las categorías de las que hablaba Kant (relación causal, temporalidad, sustancia, calidad, cantidad…) sino también nuestro aprendizaje previo, nuestras emociones, nuestro proyecto de vida. “La” realidad, por tanto, solo me es accesible como “mi” realidad, la realidad que a mí me rodea, es decir, mi circunstancia. En suma: mi circunstancia es “mi-circunstancia-y-yo”.

     El problema entonces es cómo diferenciar la realidad tal y como la percibe una persona digamos que normal de aquella que percibe, por ejemplo, un esquizofrénico (por acercarnos al tema del vídeo de la publicación inmediatamente anterior), incluidos sus delirios y alucinaciones. ¿No deberíamos, a la luz de la filosofía de Ortega, considerar tan real la realidad de quien tiene una mente “sana” como la de quien padece esquizofrenia, que, al fin y al cabo, lo que hace es intentar conciliar los distintos aspectos de la realidad según se van incorporando a su perspectiva? ¿No son, al fin y al cabo, distintos puntos de vista sobre “la” realidad, tan dignos de consideración el uno como el otro? En suma, ¿qué es verdad y qué no lo es?

     ¡Complejísimo tema! Pero a fin de cuentas va a resultar que esos diferentes puntos de vista sobre la realidad sí admiten jerarquías: unos empujan la vida hacia delante más que otros. Nietzsche llamaba a esa cualidad diferenciadora “voluntad de poder”. Desde luego, no hablaba de poder político o facultad de imponer nuestra voluntad a otros, sino, en lo sustancial, de eso que he llamado “empujar la vida”. Un esquizofrénico, en resumidas cuentas, es alguien que dejó interrumpida su vida en perspectivas que agarrotan la marcha de la vida. En el extremo, desde su perspectiva, solo se vería el “caos de sensaciones” de que hablaba Kant. Ortega llama a esa cualidad diferenciadora entre perspectivas, por ejemplo, “sensibilidad para el más allá”, la cual supone dos cosas: “una, fe en la vida al esperar que la porción ignorada de ella es mayor y mejor que la ya sabida; otra, fuerza creciente en la persona, porque el horizonte no se amplía nunca o casi nunca por sí mismo, sino que lo ensanchamos empujándolo con los codos de nuestra alma, que para ello necesita dilatarse, rebosar hoy su volumen de ayer”[1]. El punto de vista jerárquicamente superior sería el que, según esta manera de decirlo, muestra, pues, mayor “sensibilidad para el más allá”

    En fin, no compliquemos más este ya de por sí complicadísimo asunto. Admitamos, simplemente, que cuando decimos que al esquizofrénico le falta “sentido de la realidad” estaríamos “realmente” (¿?) diciendo algo tan intangible como que le falta “sensibilidad para el más allá”.



[1] Ortega y Gasset: “El Espectador”, Vol. VIII, O. C., Tº 2,  pág. 741.

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