Para orientarnos en la vida necesitamos organizar la
realidad, someterla a estructura, reducirla a lo que de ella quepa en nuestros
conceptos. Pero una vez acomodados en la visión de lo real que tales conceptos
nos permiten, esa instalación en ellos nos impide conocer todo lo que de la
realidad desborda de esos conceptos o ideas. Esa insuficiencia avisa de que
tarde o temprano nuestra forma de organizar la realidad entrará en crisis y
habremos de buscar nuevas perspectivas que incorporen aspectos de las cosas que
antes quedaron desatendidos.
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“La inteligencia (…) reacciona ante una realidad creando un esquema, lo
que solemos llamar una «idea» o concepto; la idea queda encapsulada en un nombre.
La mayor parte de nuestros compañeros de especie, cuando tienen el nombre de
algo, con su idea inclusa, se vuelven incapaces de ver ya este algo, es decir,
la realidad que nombran e idean. Nombre e idea se interponen entre las cosas y
nosotros como una pantalla opaca. Es curioso que las ideas, hechas para
facilitarnos la clara percepción de las realidades, sirven a muchos hombres
para todo lo contrario: para espantar las realidades, para defenderse de su
visión adecuada. Van como sonámbulos por la vida, reclusos dentro del
dermato-esqueleto de sus ideas, de sus «lugares comunes»” (Ortega y Gasset[1]).
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