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El estado de ánimo
de Rodia Raskólnikov, aquel solitario asesino, inmediatamente antes de cometer
su crimen, es descrito así por Dostoievski: “Una sensación nueva, casi invencible, se iba apoderando de él cada
vez más, de minuto en minuto. Era una especie de repugnancia infinita, casi
física hacia cuanto encontraba y le rodeaba, una repugnancia tenaz, rencorosa,
empapada de odio. Todas las personas con quienes se encontraba le parecían
repugnantes, su rostro, su manera de andar, sus movimientos. Si alguien le
hubiera dirigido la palabra, con toda probabilidad, le habría escupido a la
cara sin más ni más, le habría mordido” (Fiodor Dostoievski[1])
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Kafka, escribía en su “Diario”
a los 28 años a propósito de su “ausencia de sentimientos” y de la
brecha que existía “entre yo y todo lo demás… que no intento en lo más mínimo salvar”(2).
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Mientras tanto, decía Ortega que “La vida es precisamente un
inexorable ¡afuera!, un incesante salir de sí al Universo (…) Es (el hombre) un
dentro que tiene que convertirse en un fuera”[3].
Y también: “Vivir significa tener que ser fuera de mí”[4].
(0) PORTADA: Fiodor Dostoievski: “Crimen y Castigo”, Barcelona, Orbis, 1982, p. 168.
[1] Fiodor
Dostoievski: “Crimen y Castigo”, Barcelona, Orbis, 1982, p. 121.
[2] Citado
en Louis A. Sass: “Locura y modernismo”, Madrid, Dykinson, 2014, p. 117.
[3] José
Ortega y Gasset: “Unas lecciones de Metafísica”, O. C., Tº 12, Madrid, Alianza,
1983, p. 140.
[4] José Ortega y Gasset: “El hombre y la
gente”, O. C., Tº 7, Madrid, Alianza, 1983, pág. 106
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