martes, 25 de mayo de 2021

EL AISLAMIENTO COMO HERALDO DE LA LOCURA

 

“Desnudo femenino de rodillas”-Edward Munch

   “¿La soledad no es, sin embargo, un terreno propicio para la locura?” (Cioran)[1].

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     Cuenta Minkowski lo que le decía uno de sus pacientes que padecía esquizofrenia: “Para mí mi enfermedad reside en el hecho de que soy incapaz de establecer un contacto duradero, permanente, normal, con el mundo exterior. Estoy al costado de la vida. Lo que me rodea no llega a penetrarme, a tocarme”(2).

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     Minkowski cita también a Eugen Bleuler, un pionero entre los psiquiatras: “Los esquizofrénicos más avanzados que ya no tienen relación alguna con el ambiente, viven en un mundo que es solo suyo (…) Llamamos autismo a esa desvinculación de la realidad, acompañada de un predominio relativo o absoluto de la vida interior”[3].

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 Mary MacLane, una escritora esquizofrénica, describe en un libro suyo, “Memorias de la introversión”, esa escisión que estaba sufriendo desde su niñez entre el mundo externo y su mundo interior: “Lo menos importante en mi vida es lo tangible –dice, refiriéndose, claro está, a lo que atañe al mundo externo–. Lo único que tiene una real importancia son las cosas que ocurren dentro de mí. Si hago algo cruel y no siento crueldad en mi Alma, no importa. Si siento crueldad en mi Alma, aunque no haga nada cruel, me siento culpable de una especie de carnicería y mis manos espirituales están manchadas de sangre. Las aventuras de mi espíritu son más reales que las cosas exteriores que me ocurren”[4].

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    La esquizoidia es una estructura caracterial que, sin llegar a ser esquizofrenia, participa en algún grado de los rasgos de carácter que, exacerbados, llegarían a identificarse con ella. Minkowski describe así al esquizoide: “El esquizoide (…) en cada circunstancia lleva la antítesis ‘yo y el mundo’ hasta sus límites extremos (…) vive, por ese hecho, en una atmósfera de conflicto constante con el ambiente (…) El esquizoide casi siempre es insociable (…) Se repliega sobre sí mismo, prefiriendo su mundo interior, su ensueño, a una actividad exterior”[5].

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    “No es posible vivir indefinidamente en estado de salud mental si uno trata de ser un hombre desconectado de todos los demás y desacoplado inclusive de gran parte del propio ser” (Ronald D. Laing, psiquiatra[6]).

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  En sentido contrario, dice Ortega: “Naturalmente y en plena salud, la atención iría siempre hacia lo de fuera, hacia el contorno vital más allá del organismo”[7].



[1] E. M. Cioran: “En las cimas de la desesperación”, Barcelona, Tusquets, pág. 67

[2] Eugène Minkowski: “La esquizofrenia”, Buenos Aires, Paidós, 1980, p. 131.

[3] Cit. en Eugène Minkowski: “La esquizofrenia”, Buenos Aires, Paidós, 1980, p. 96.

[4] Citado en Louis A. Sass: “Locura y Modernismo”, Madrid, Dykinson, 2014, p. 137.

[5] Eugène Minkowski: “La esquizofrenia”, Buenos Aires, Paidós, 1980, p. 28.

[6] Ronald D. Laing: “El yo dividido”, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1975, p. 135.

[7] José Ortega y Gasset: “El Espectador”, Tº V, O. C. Tº 2, Madrid, Alianza, 1983, p. 458

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