“Los antiguos desconfiaban del éxito porque temían la envidia de los
dioses, pero también el peligro del desequilibrio interior causado por
cualquier éxito como tal” (E. M.
Cioran[1]).
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“En la vida humana la buena suerte es una divinidad
peligrosa, más peligrosa que la mala. Mientras esta aniquila desde fuera y
visiblemente, aquella destruye, corrompe desde dentro sin que ello se advierta
desde el exterior” (Ortega y Gasset[2]).
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“(Es preciso) contrarrestar nuestra ingenua tendencia a
creer que la sobra de medios favorece la vida. Todo lo contrario. Un mundo
sobrado de posibilidades produce, automáticamente, graves deformaciones y
viciosos tipos de existencia humana —los que se pueden reunir en la clase
general «hombre-heredero» de que el «aristócrata» no es sino un caso
particular, y otro, el niño mimado, y otro, mucho más amplio y radical, el
hombre-masa de nuestro tiempo” (Ortega y Gasset[3]).
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