Conocer la etimología del saludo (como quedó expuesto en la
anterior publicación) no sirve sólo para satisfacer una curiosidad sin más
trascendencia, sino que ella nos proporciona un ejemplo destinado a descubrir el
sentido de lo que debe de ser la historia. Porque ésta no sólo consiste en el
erudito conocimiento de hechos concretos (a lo cual se suele reducir la
historiografía al uso), sino en la indagación de sus causas y consecuencias. El
asesinato de Julio César en el 44 a. de C. es uno de los hechos más
trascendentales de la historia; pero si no indagamos en sus causas y sus
consecuencias, si lo tratamos como un mero hecho en sí, no lo entenderemos. Hemos
de conocer su “etimología”, su sentido. Dice Ortega al respecto: “El
hombre es constitutivamente, por su inexorable destino como miembro de una
sociedad, el animal etimológico. Según esto, la historia toda no sería sino una
inmensa etimología, el grandioso sistema de las etimologías. Y por eso existe
la historia, y por eso el hombre la ha menester, porque ella es la única
disciplina que puede descubrir el sentido de lo que el hombre hace y, por
tanto, de lo que es (…) Etimología es el nombre concreto de lo que más
abstractamente suelo llamar «razón histórica»”[1].
La razón histórica o razón vital es el método que Ortega aplica a su filosofía.
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