“La mayor parte de los hombres no hacemos sino querer en el sentido
económico de la palabra: resbalamos de objeto en objeto, de acto en acto, sin
tener el valor de exigir a ninguna cosa que se ofrezca como fin a nosotros. Hay
un talento del querer, como lo hay del pensar, y son pocos los capaces de
descubrir por encima de las utilidades sociales que rigen nuestros movimientos
que nos imponen esta o aquella actitud, su querer personalísimo. Solemos llamar
vivir a sentirnos empujados por las cosas en lugar de conducirnos con nuestra
propia mano” (Ortega
y Gasset[1])
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“Acaso la enfermedad básica de nuestro tiempo sea una crisis de los
deseos (…) El repertorio con que hoy cuenta el hombre para vivir, no sólo es
incomparablemente superior al que nunca ha gozado (…) y, sin embargo, la
desazón es enorme, y es que el hombre actual no sabe qué ser, le falta
imaginación para inventar el argumento de su propia vida” (Ortega
y Gasset[2])
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