Hans Selye fue el “inventor” del concepto de “estrés”. Este
–decía– se produce como resultado de la pérdida del equilibrio homeostático del
organismo. Esta pérdida se debería a la acción de lo que llamó un “alarmógeno”
(bacterias, virus, frío o calor excesivos…), un agente que el organismo detecta
como peligroso y frente al cual emite sus defensas generando corticoides. El
caso es que muchas veces esa respuesta defensiva se produce ante agentes,
“alarmógenos”, inocuos, y entonces se convierte, precisamente esa defensa (ese
exceso de corticoides), en la enfermedad. Por ejemplo, una reacción
hiperdefensiva ante el polen, que es un agente inocuo, provoca la alergia. Esto
se produce a nivel orgánico. A nivel psíquico, todos partimos de una sobredosis
de angustia que nos acompaña desde que nacemos, debido a nuestra debilidad y
vulnerabilidad constitutivas, y que asimismo nos hace estar, en principio, en
un excesivo estado de alerta y a la defensiva. Por ejemplo, ocurre esto en una
fobia, que no es sino una defensa exagerada frente a estímulos que no merecen
esa alarma. El exceso de defensa, también aquí, se convierte en la enfermedad.
Pues bien, en esa respuesta hiperdefensiva estaría el origen
de las enfermedades psicosomáticas y de los trastornos psíquicos en general (no
entraremos en detalles). En la base del mandato de estar en estado de alarma
excesiva y de estrés inmotivado que registran tanto nuestra psique como nuestro
organismo corporal está la angustia, que de forma manifiesta o latente nos
acompaña desde que nacimos. ¿Cuál es el modo constructivo de redireccionar esa
angustia que nos constituye? A través de un proyecto de vida que nos ponga en
la dirección de compensar nuestra inferioridad, nuestra vulnerabilidad, nuestra
insignificancia de partida, eso que es precisamente lo que originalmente
desencadenó nuestra angustia.
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