sábado, 29 de octubre de 2022

LA NECESARIA SÍNTESIS ENTRE EL MUNDO INTERIOR Y EL EXTERIOR

 

La atención a la vida interior, el descubrimiento de una realidad personal e independiente de la realidad colectiva, es la gran aportación del cristianismo. Tanto la virtud como el pecado dejaban de ser referidos al mundo exterior y pasaban a residir dentro de uno mismo. Y así, Jesús afirmaba del pecado, por ejemplo: “Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que todo el que mira con malos deseos a una mujer ya ha cometido adulterio con ella en su corazón”[1]. También la virtud acontecía de puertas adentro: “No hagáis el bien para que os vean los hombres (…) Tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará”[2].

Pero ese descubrimiento de la vida interior discurrió hacia un punto de exacerbación que condujo al desentendimiento de la vida mundana. Y así, mientras el emperador Marco Aurelio (121-180), ateniéndose a los dictados del estoicismo, recomendaba “no referir la acción a ninguna otra cosa excepto al fin común”[3], San Pablo decía: “Nos hemos emancipado de la ley, somos como muertos respecto a la ley que nos tenía prisioneros, y podemos ya servir a Dios según la nueva vida del Espíritu y no según la vieja letra de la ley”[4]. Casi era de esperar que Marco Aurelio persiguiera a los cristianos, porque se habían convertido en un peligro para la supervivencia del Imperio. Correlativamente, en el cristianismo se sentaron la bases del utopismo: además de aquello de que “Mi reino no es de este mundo”[5], Jesús dijo también: “Os aseguro que si tuvierais una fe del tamaño de un grano de mostaza, diríais a este monte: ‘Trasládate allá’ y se trasladaría; nada os sería imposible”[6]. Y también: “Todo lo que pidáis con fe en la oración lo obtendréis”[7]. Y culminó ese peligroso utopismo cuando afirmó: “No os inquietéis diciendo: ‘¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos?’ Esas son las cosas por las que se preocupan los paganos (…) Buscad ante todo el reino de Dios y lo que es propio de él, y Dios os dará lo demás”[8]; y es que, finalmente, “el espíritu es quien da la vida; la carne no sirve para nada”[9].

Occidente tuvo que hacer una síntesis entre el mundo interior resaltado por los cristianos y el mundo exterior atendido por los romanos, especialmente de la mano de los estoicos.



[1] Mateo, cap. 5, vers. 27 y 28.

[2] Mateo, Cap. 6, vers. 1, 3 y 4.

[3] Marco Aurelio: “Meditaciones”, Madrid, Alianza Editorial, 1985, Lº XII, & 20, pág. 153.

[4] San Pablo: Carta a los Romanos, cap. 7, vers. 6.

[5] Juan, cap. 18, vers. 36.

[6] Mateo, cap. 17, vers. 20.

[7] Mateo, cap. 21, vers. 22.

[8] Mateo, Cap. 6, vers. 31, 32 y 33.

[9] Juan, cap. 6, vers. 63.


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