“El hombre es el animal retirado, ensimismado (…) Un exceso de
sobresalto, una época de muchas alteraciones sumerge al hombre en la
naturaleza, lo animaliza, esto es, lo barbariza. Esto pasó gravemente en la
crisis mayor de la historia bien conocida, al fin del mundo antiguo. A la
cultura romana, sobre todo a aquella etapa acaso la más alta que ha vivido
hasta ahora la humanidad, aquel siglo de los Antoninos en que un emperador con
barba al uso estoico, Marco Aurelio, el hombre mejor de su tiempo, escribía un
libro titulado “Para sí mismo” —como símbolo de que la humanidad pasaba por una
cima de ensimismamiento—, sucede pronto la barbarie. Hoy sabemos que aquella
crisis feroz no consistió en una irrupción de los bárbaros sobre la cultura,
sino al revés, en que los cultos se tornaron bárbaros. Fueron menester otros
nueve siglos —del III al XII— para que el hombre lograse reorganizar su
contorno de modo que le fuese otra vez posible desatenderlo y ensimismarse de
nuevo. No es, pues, fácil dudar de que en la historia se ha dado repetidamente
el fenómeno de rebarbarización” (Ortega y Gasset[1]).
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“En la historia, tan pronto como comienza a aparecer el hombre de
acción y hablarse de él y a bailársele el agua, es que sobreviene un período de
rebarbarización. Como el albatros la víspera de la tormenta, el hombre de acción
surge en el horizonte en el albor de toda crisis” (Ortega y Gasset[2]).
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