“Hay distancias, luces e inclinaciones, desde las cuales el material
sensitivo de las cosas reduce a un mínimo la esfera de nuestras
interpretaciones (…) La cosa inerte y áspera escupe de sí cuantos ‘sentidos’
queramos darle (…) He ahí lo que llamamos realismo: traer las cosas a una
distancia, ponerlas bajo una luz, inclinarlas de modo que se acentúe la
vertiente de ellas que baja hacia la pura materialidad” (Ortega y Gasset[1]).
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“Caminando (…) con Don Quijote y Sancho, venimos a la comprensión de
que las cosas tienen dos vertientes. Es una el ‘sentido’ de las cosas, su
significación, lo que son cuando se las interpreta. Es otra la ‘materialidad’
de las cosas, su positiva sustancia, lo que las constituye antes y por encima
de toda interpretación (…) Estos molinos tienen un sentido: como ‘sentido’
estos molinos son gigantes. Verdad es que Don Quijote no anda en su juicio (…)
Bien que estos gigantes no lo sean, pero (…) ¿de dónde ha sacado el hombre los
gigantes? Porque ni los hubo ni los hay en realidad (…) Siempre se trataría de una cosa que no era un gigante, pero que
mirada desde su vertiente ideal tendía a hacerse gigante (…) Si obedecemos al
impulso de esa alusión y nos dejamos ir según la curva allí anunciada,
llegaremos al gigante” (Ortega y
Gasset[2]).
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