La vida, y consiguientemente la salud, sería el esfuerzo (el
dinamismo, la expansión) que oponemos a la inercia primordial, la que desde que
nace empuja al bebé a regresar al sueño, a la retirada de ese mundo en el que
ha aterrizado, para volver a la paz de la inexistencia. La muerte llegaría por
abandono de ese esfuerzo que significa vivir, es decir, por desistimiento, por
rendición a aquella inercia primordial (no voluntariamente, claro; o no
necesariamente). Y la enfermedad sería una etapa en ese camino regresivo hacia
la muerte (en ella todavía hay lucha: la enfermedad es también el intento que
el organismo lleva a cabo para recuperar la salud). Podemos adaptar la idea de
Cioran de que “el mal es abandono”[1]
e incluir también la enfermedad como abandono del esfuerzo vital para regresar
a la paz del sueño, a la inercia primordial, a la inexistencia. El mismo
intento de regresión al que, en un momento de desánimo, se refería León Felipe
en el poema que decía: “Señor del Génesis y el Viento... / vuélveme
al silencio y a la sombra, / al sueño sin retorno y a la Nada infinita...
/ No
me despiertes más”[2].
O Miguel de Unamuno por boca de su personaje San Manuel Bueno: “¡Qué
ganas tengo de dormir, dormir, dormir sin fin, dormir por toda una eternidad y
sin soñar!, ¡olvidando el sueño!”[3]. Asimismo, un espíritu poco vivaz como
Sancho Panza reflexionaba de esta manera: “Bendito el que inventó el sueño, capa que
cubre todos los pensamientos humanos, manjar que quita el hambre, agua que
ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío que templa el ardor y, en
fin, moneda universal con que se compran todas las cosas, balanza y peso que
iguala al pastor con el rey y al tonto con el juicioso. Sólo una cosa mala
tiene el sueño, según he oído decir, y es que se parece a la muerte, pues de un
dormido a un muerto hay muy poca diferencia”[4].
Don Quijote, más vivaz, le contestaba: “–Duerme tú, Sancho, que naciste para dormir
–respondió don Quijote–, que yo (…) nací para velar”[5].
Como intuye Sancho, abandonarse a la inercia del dormir, una vez que se
sobrepasa cierto umbral, es desistir del esfuerzo de vivir, “pues
de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia”. Y es asimismo una
manera de invocar a la enfermedad, que es un paso intermedio.
[1]
Emil M. Cioran: “El ocaso del pensamiento”, Barcelona, Tusquets, 2000, p. 14.
[2] León
Felipe: “Obras Completas”, Buenos Aires, Losada, 1963,
p. 386
[3] Miguel
de Unamuno: “San Manuel Bueno, mártir”, Madrid, Akal, p. 51.
[4] Miguel
de Cervantes: “Don Quijote de la Mancha”, Barcelona, Destino, 2015, p. 975.
[5] Miguel
de Cervantes: “Don Quijote de la Mancha”, Barcelona, Destino, 2015, 976
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