lunes, 12 de septiembre de 2022

EL SUEÑO, SUCEDÁNEO DE LA MUERTE

 

     La vida, y consiguientemente la salud, sería el esfuerzo (el dinamismo, la expansión) que oponemos a la inercia primordial, la que desde que nace empuja al bebé a regresar al sueño, a la retirada de ese mundo en el que ha aterrizado, para volver a la paz de la inexistencia. La muerte llegaría por abandono de ese esfuerzo que significa vivir, es decir, por desistimiento, por rendición a aquella inercia primordial (no voluntariamente, claro; o no necesariamente). Y la enfermedad sería una etapa en ese camino regresivo hacia la muerte (en ella todavía hay lucha: la enfermedad es también el intento que el organismo lleva a cabo para recuperar la salud). Podemos adaptar la idea de Cioran de que “el mal es abandono”[1] e incluir también la enfermedad como abandono del esfuerzo vital para regresar a la paz del sueño, a la inercia primordial, a la inexistencia. El mismo intento de regresión al que, en un momento de desánimo, se refería León Felipe en el poema que decía: “Señor del Génesis y el Viento... / vuélveme al silencio y a la sombra, / al sueño sin retorno y a la Nada infinita... / No me despiertes más”[2]. O Miguel de Unamuno por boca de su personaje San Manuel Bueno: “¡Qué ganas tengo de dormir, dormir, dormir sin fin, dormir por toda una eternidad y sin soñar!, ¡olvidando el sueño!”[3]. Asimismo, un espíritu poco vivaz como Sancho Panza reflexionaba de esta manera: “Bendito el que inventó el sueño, capa que cubre todos los pensamientos humanos, manjar que quita el hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío que templa el ardor y, en fin, moneda universal con que se compran todas las cosas, balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al tonto con el juicioso. Sólo una cosa mala tiene el sueño, según he oído decir, y es que se parece a la muerte, pues de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia”[4]. Don Quijote, más vivaz, le contestaba: “–Duerme tú, Sancho, que naciste para dormir –respondió don Quijote–, que yo (…) nací para velar”[5]. Como intuye Sancho, abandonarse a la inercia del dormir, una vez que se sobrepasa cierto umbral, es desistir del esfuerzo de vivir, “pues de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia”. Y es asimismo una manera de invocar a la enfermedad, que es un paso intermedio.



[1] Emil M. Cioran: “El ocaso del pensamiento”, Barcelona, Tusquets, 2000, p. 14.

[2] León Felipe: “Obras Completas”, Buenos Aires, Losada, 1963, p. 386

[3] Miguel de Unamuno: “San Manuel Bueno, mártir”, Madrid, Akal, p. 51.

[4] Miguel de Cervantes: “Don Quijote de la Mancha”, Barcelona, Destino, 2015, p. 975.

[5] Miguel de Cervantes: “Don Quijote de la Mancha”, Barcelona, Destino, 2015, 976

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