“El hecho esencial de la vida, según la cual nuestra existencia, en
cualquier momento que la sorprendamos, nos aparece constituida, por encima y
antes y después de toda disputa sobre determinismo o indeterminismo, por un conjunto
de circunstancias que nos obligan, que nos imponen, un régimen de forzosidad
(…) es nuestro Destino. Pero ese conjunto de circunstancias forzosas no afecta
nuestro vivir de tal modo que deba ir este rigiéndose por una trayectoria
ineludible, mecánica, sino que deja siempre un margen a la libre decisión: de
suerte que nuestra existencia es, en todo instante, una circunstancia fatal
dada que nuestra voluntad puede tomar en sus manos y empujarla en el sentido de
la perfección. No hay vivir si no se acepta la circunstancia dada, y no hay
buen vivir si nuestra libertad no la plasma en el camino de la perfección. Esta
misma idea está contenida en la hermosa frase que usó el gran pensador alemán
Nietzsche, cuando refiriéndose al poeta, dijo que es el hombre que «danza
encadenado»”[1].
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