“La mayor parte de los hombres no hacemos sino querer en el sentido
económico de la palabra: resbalamos de objeto en objeto, de acto en acto, sin
tener el valor de exigir a ninguna cosa que se ofrezca como fin a nosotros. Hay
un talento del querer, como lo hay del pensar, y son pocos los capaces de
descubrir por encima de las utilidades sociales que rigen nuestros movimientos
que nos imponen esta o aquella actitud, su querer personalísimo. Solemos llamar
vivir a sentirnos empujados por las cosas en lugar de conducirnos con nuestra
propia mano. Por tal razón yo veo la característica del acto moral en la
plenitud con que es querido. Cuando todo nuestro ser quiere algo —sin reservas,
sin temores, integralmente— cumplimos con nuestro deber, porque es el mayor deber
de la fidelidad con nosotros mismos. Una sociedad donde cada individuo tuviera
la potencia de ser fiel a sí, sería una sociedad perfecta. ¿Qué significa lo
que llamamos hombre íntegro sino un hombre que es enteramente él y no un
zurcido de compromisos, de caprichos, de concesiones a los demás, a la
tradición, al prejuicio?” (Ortega y Gasset[1]).
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“Las ideas tienen dos caras y dos valores o
eficiencias distintas. Por una de sus caras la idea pretende ser espejo de la
realidad; cuando esta pretensión se confirma decimos que es verdadera. La
verdad es el valor o eficiencia objetivos de la idea. Mas por su otra cara la
idea se prende al sujeto, al hombre que la piensa; cuando coincide con su
temple íntimo, con su carácter y deseos, aunque no sea verdadera, aunque
carezca de valor objetivo, posee una eficiencia subjetiva, dando satisfacción
intelectual al espíritu. Yo opondría a la verdad, o valor objetivo de la idea,
su vitalidad o valor subjetivo” (Ortega y Gasset[2]).
[1]
Ortega y Gasset: “La vida en torno”, en “El Espectador”, Vol. 2, O. C. Tº 2, p.
153.
[2] Ortega
y Gasset: “Notas de andar y ver. Viajes, gentes, países”, Madrid, Alianza,
1988, pp. 101-102.
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