Con el ánimo de intentar superar en el debate los “y tú más”,
los “jajajá” o los imposibles de fundamentar “yo he leído más que tú”, expongo
una serie de argumentos concretos sobre los que creo que puede girar la
crítica, y eventualmente la defensa, de la teoría marxista:
En el vídeo muestro un argumento que considero clave, y que
proporciona Ortega, sobre cómo a partir de la Revolución francesa las
sociedades dejaron de entenderse por una buena parte de sus integrantes como
algo suficientemente cohesionado y compartido, y pasaron a ese estado de
disociación que procede de la idea de que la historia evoluciona no a través de
la cooperación y la conjunción de intereses, sino a través del combate de unos
contra otros; la lucha de clases en la teoría marxista. Desde entonces, dice
Ortega, “La sociedad será en su propia esencia lucha y nada más que lucha.
Convivir es pelear —franca o artificiosamente”. El punto de fuga de este pensamiento es que
todo avance social ha de realizarse no a través del acuerdo y la cooperación
sino a través de la violencia y la imposición. Añado el matiz psicológico, que
siempre entiendo como fundamental, porque, en consecuencia con lo dicho, los
afectos que habrían de prevalecer en el buen marxista son los que propugnan el
resentimiento, el odio revolucionario como expresamente dice el Ché, y procede,
pues, arrinconar la empatía, que no ayuda a la revolución. El más
revolucionario, y el que más prospera en la jerarquía de la “vanguardia” es el
que mejor demuestra haber entendido esto. Desde Marx hasta Pol Pot, todos los
comunismos han partido de esa premisa; nadie ha tenido que malinterpretar a
Marx para llevarla adelante. ¿Y qué sociedades han prosperado más, aquellas en
las que se ha implantado esa ideología según la cual todo es lucha de unos
contra otros o aquellas en las que ha sido posible la cooperación?
Y el otro asunto que considero clave es el de
destacar que para el marxismo toda idea y toda manifestación cultural son
partes de una superestructura, emanación y camuflaje de los intereses económicos
de cada clase. No existe la verdad, solo el interés económico que se enmascara
en forma de ideas, configuraciones políticas, derecho, arte, religión… cultura
en general. Lenin pudo decir que “La mentira es un arma revolucionaria”
porque en realidad no existe ni la mentira ni la verdad, solo lo que
(económicamente) interesa a cada clase social, aunque aparente ser incluso
elaborada filosofía. La actividad cerebral en general queda así reducida a ser
mero soporte del interés económico.
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