Cuando Ortega dice que “la verdad es lo único que
esencialmente necesita el hombre”, no está hablando primariamente de la
verdad que ponen a nuestro alcance los sentidos, ni de lo que subjetivamente
satisfaga al individuo que se crea en posesión de ella. “Verdad” en Ortega quiere
decir “sentido”, y en esa frase citada viene él a decir lo mismo que Viktor
Fankl cuando afirma: “La
primera fuerza motivante del hombre es la lucha por encontrarle un sentido a su
propia vida” (1). Y ambos, lo mismo que Jean Grondin
cuando dice: “La tensión hacia el Bien, hacia lo mejor, hacia la sobrevivencia
es así inmanente a la vida”[2].
La verdad no es, por tanto, lo que de las cosas resulta
sensorialmente manifiesto, que por sí solo puede resultar absurdo. La verdad de
lo que es el bosque no es lo que de él llegamos a ver, es decir, la primera
fila de árboles, sino lo que se oculta detrás de esto que es manifiesto; su ser
fundamental (su sentido) no es lo visible, sino lo que late detrás. La verdad
es algo a desvelar. Yo tampoco soy lo que de mí es manifiesto: mi ser
fundamental está latiendo en mis proyectos, mis ideales, aquello a lo que me entrego…
lo que voy desvelando, en fin, a medida que me adentro en el bosque de mi vida
(remito al vídeo de mi canal de YouTube “La filosofía nos empuja a buscar algo
que nunca vamos a encontrar”).
La verdad no es una mera experiencia subjetiva. La relación
causa-efecto o el principio de contradicción pueden ser un a priori de mi mente
(la lógica no necesitaría en principio de confirmación en los hechos), pero
esas verdades son el “delirio magnífico” preformado en mi mente que dice
Ortega, y que me permite descubrir que en donde están es en las cosas, en los
hechos, en el mundo. Como dice Viktor Frankl, “El sentido reside en el
mundo y no primariamente en nosotros mismos" (3).
Pero hay que insistir: la verdad no consiste en cosas, en hechos que capten los
órganos sensoriales, sino en la ley, el sentido que late detrás de lo
manifiesto.
[1]
Viktor E. Frankl: “El hombre en busca de sentido”, Barcelona, Herder, 1979, p.
98.
[2] Jean Grondin: “Del sentido de la vida. Un ensayo filosófico”, Barcelona, Herder, 2011, p. 79
[3] Viktor E. Frankl: “El hombre doliente”, Barcelona, Herder, 1987, p. 34.
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