“No ignoro que hay gentes las cuales creen haber llegado a la
averiguación de que la verdad no existe (…) Nietzsche pensaba de este modo: «la
vida quiere ficción, vive de la ficción». Y con esta opinión no puedo hacer
otra cosa que respetarla tanto como no compartirla. Creo que precisamente ahora
llegamos a ver claro, por vez primera, hasta qué punto la verdad es una necesidad
constitutiva del hombre (…) Había parecido siempre pura frase la socrática
expresión de «que una vida sin afán de verdad no es vividera para el hombre».
Pero ahora entendemos hasta qué punto es literalmente así. La vida sin verdad
no es vivible. De tal modo, pues, la verdad existe, que es algo recíproco con
el hombre. Sin hombre no hay verdad, pero, viceversa, sin verdad no hay hombre.
Este puede definirse como el ser que necesita absolutamente la verdad y, al
revés, la verdad es lo único que esencialmente necesita el hombre, su única
necesidad incondicional. Todas las demás, incluso comer, son necesarias bajo la
condición de que haya verdad, esto es, de que tenga sentido vivir” (Ortega y Gasset[1]).