“La piedra es, desde luego, todo lo que es, todo
aquello en que consiste y existe ya en ella. No necesita de nada más. Por eso
es; si no, no habría piedra. Ahora bien: tal es el sentido que tiene en la
filosofía el concepto de sustancia; y por eso es la sustancia para esa filosofía, el
prototipo del ser. (…) (Los griegos,
los escolásticos y Descartes dirán que) el ser sustancia es el que no es indigens, al que nada le falta para existir. O, como
yo prefiero decir: sustancia es el ser suficiente. Pero he aquí que el hombre
es primariamente “el que no es aún lo que es”, sino que tiene que esforzarse en
serlo, en luchar para existir, y para existir según su programa y aspiración.
El hombre es ahora –en todo ahora– justamente lo que no ha conseguido aún ser.
Es, por tanto, “lo que le falta”. Lejos de ser suficiente, es el ser indigente (…) El hombre es un haz de privaciones. Él y
todas las cosas propiamente humanas –por ejemplo, el conocimiento, tienen que
ser definidos por lo que les falta (…) Ontológicamente, el hombre es un muñón
(…) O como yo (también tengo dicho): la esencia del hombre es el descontento,
el divino descontento, que es una especie de amor sin amado, y un como dolor
que sentimos en miembros que no tenemos” (Ortega y Gasset[1]).
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