“La triste verdad es que la auténtica vida del hombre consiste en un
complejo de oposiciones inexorables: día y noche, nacimiento y muerte,
felicidad y desgracia, bueno y malo. Ni siquiera estamos seguros de que uno
prevalecerá sobre el otro, de que el bien vencerá al mal o la alegría derrotará
a la tristeza. La vida es un campo de batalla. Siempre lo fue y siempre lo
será, y si no fuera así, la existencia llegaría a su fin” (Carl Gustav Jung[1]).
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“La civilización del siglo XIX es
de índole tal que permite al hombre-medio instalarse en un mundo sobrado, del
cual percibe sólo la superabundancia de medios, pero no las angustias (…) Este desequilibrio
le falsifica, le vicia en su raíz de ser viviente haciéndole perder contacto
con la sustancia misma de la vida, que es absoluto peligro, radical
problematismo. La forma más contradictoria de la vida humana que puede aparecer
en la vida humana es el «señorito satisfecho». Por eso, cuando se hace figura
predominante, es preciso dar la voz de alarma y anunciar que la vida se halla
amenazada de degeneración, es decir, de relativa muerte. Según esto, el nivel
vital que representa la Europa de hoy es superior a todo el pasado humano; pero
si se mira el porvenir, hace temer que ni conserve su altura ni produzca otro
nivel más elevado, sino, por el contrario, que retroceda y recaiga en altitudes
inferiores” (Ortega y Gasset[2]).
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