–¿Y esto era todo?
Todavía
jadeante, observaba cómo su estado de ánimo iba pasando ineluctablemente desde
la perplejidad hacia el despecho.
Nadie le
respondió. Y es que las cimas son lugares deshabitados e inhóspitos. Debería
haber previsto que allí estaría solo. “Cuando estoy arriba –decía en esa
misma situación el Zaratustra de Nietzsche–, siempre me encuentro solo. Nadie habla
conmigo, el frío de la soledad me hace estremecer”.
Tanta ilusión,
tanta determinación, tanto esfuerzo... ¿Y ahora, qué?
“¿Y
ahora, qué?”.
Nunca nadie ha sido capaz de traspasar definitivamente los límites adscritos a
esta inquietante pregunta. Desde luego, Sísifo tampoco lo consiguió. Y es que,
decía León Felipe,
“Nadie
va más allá de sus tinieblas
y
el hombre no camina
más lejos que su sombra”
Los dioses, como
tienen por costumbre, se mostraron indolentes ante sus lamentos.
Aún permaneció un
rato aturdido, indeciso, sumido en la incertidumbre. Por fin, cuando ya estaba
a punto de caer en la desesperación, consiguió reaccionar. Se levantó, apoyó
sus manos en la enorme piedra que acababa de subir y optó por la única solución
que, una vez más, logró encontrar: presionó con ahínco sobre la piedra hasta
ver cómo de nuevo rodaba montaña abajo…
Viendo esta
historia repetirse muchas veces, Lao Tsé pudo concluir: “El que camina por el llano
sendero del Tao parece subir y bajar”.
M. C. Escher: "Escaleras arriba, escaleras abajo" |
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