martes, 17 de marzo de 2020

La verdad nunca es evidente

     Lo que nos es inmediato es vivir, dar espontánea respuesta a las incitaciones de lo que nos rodea. Predominan entonces en el trato con las cosas las percepciones, la apreciación y sujeción a lo que se tiene delante y es actual. Pero que ello no es suficiente lo demuestra el hecho de que entre nosotros y lo que percibimos vamos intercalando conceptos, teorías, presupuestos que restan valor a lo estrictamente percibido y correlativamente se lo dan a lo pensado o imaginado. Añadimos, pues, razón e imaginación a la vida, porque lo meramente vivido no nos da la verdad de las cosas. “No ha de olvidarse que la verdad no es nunca lo que vemos, sino precisamente lo que no vemos: la verdad de la luz no son los colores que vemos, sino la vibración sutil del éter, la cual no vemos”(1). Por tanto, del trato directo con las cosas solo podremos extraer sinceridad, constatar sin ambages lo que uno siente sin agregar a ello ningún aporte de la imaginación. “Pero la verdad no se siente, la verdad se inventa”[2]; sinceridad no equivale a verdad. Encuentra Ortega un ejemplo espléndido de lo que vale “no haber visto las cosas y hallarse sometido a inventarlas, a pensarlas y construirlas racionalmente”[3]: es el caso de San Pablo, el cual no conoció ni vio a Jesús, sino que solo tuvo noticias de su existencia de segunda y de tercera mano. Cuando, camino de Damasco, su alma dio trascendental vuelco, necesitó recoger aquellos fragmentos dispersos que sobre Jesús le habían llegado y reconstruir con ellos su figura. “Como no le había visto, necesitaba figurárselo (…) De recordar a Jesús como San Pedro, a pensar a Jesús como san Pablo, va nada menos que la teología. San Pablo fue el primer teólogo; es decir, el primer hombre que del Jesús real, concreto, individualizado, habitante de tal pueblo, con acento y costumbres genuinas, hizo un Jesús posible, racional, apto, por tanto, para que los hombres todos, y no sólo los judíos, pudieran ingresar en la nueva fe. En términos filosóficos, San Pablo objetiva a Jesús”[4]. En suma, San Pablo recogió los fragmentos dispersos que de la figura de Jesús le habían llegado y los conjuntó dándoles unidad de carácter.
Salvador Dalí: "Mercado de esclavos con aparición del busto de Voltaire" (fragmento)
Heráclito: "La naturaleza gusta de ocultarse"
 
     No se trata, desde luego, de sustituir las cosas que percibimos por algo que meramente podamos imaginar. Acceder a la verdad exige imperativamente respetar el contorno que de las cosas nos muestra la percepción. Por tanto, “corrijamos el perfil deteriorado e incierto de nuestros ánimos según la pauta ofrecida por las líneas más quietas y más firmes de lo que se halla fuera de nosotros”. “Salvémonos en las cosas”, le gusta decir a Ortega[5]. Solo que es preciso ir más allá, o más al fondo de lo en ellas evidente. “La única diferencia está en que la ‘realidad’ –la fiera, la pantera– cae sobre nosotros de una manera violenta, penetrándonos por las brechas de los sentidos, mientras la idealidad sólo se entrega a nuestro esfuerzo”[6]. “La naturaleza gusta de ocultarse”, decía Heráclito. Y solo se desvela al que se esfuerza por conquistarla. “La verdad es cosa a querer –decía asimismo María Zambrano–, algo a lo que hay que entregar totalmente la vida, algo implacablemente, infatigablemente buscado”[7]. O el mismo Ortega: “Una verdad no es verdad porque se la desea; pero una verdad no es descubierta si no se la desea y porque se la desea se la busca”[8]. Con métodos que nos han de ayudar en esa labor de excavación que ponga a nuestro alcance la soterrada verdad contamos ya desde hace dos mil quinientos años largos: “Sócrates nos ha traído —dice Aristóteles (…)— dos cosas: la definición y el método inductivo. Juntas ambas constituyen la ciencia”[9]. Ciencia es, pues, lo que resulta de añadir razón a la vida.
    Nace la ciencia de la actitud que, si bien parte de tomar las cosas según se dan y empíricamente se nos muestran, lleva a sentirlas como alusión a algo más, algo no presente, no inmediatamente accesible, algo que acontece más allá de lo tangible y que, como las Ideas de Platón, emite sobre las cosas su poder de investidura, o que, como la potencia de Aristóteles, influye desde lo recóndito en lo que su actualidad nos muestra. Como dice el mismo Ortega: “Reflexión, ciencia es purificación de lo espontáneo, psíquico”[10]. La mente genera espontáneas hipótesis que se depuran en el contraste con la realidad exterior. Vale decirlo de esta otra forma: “Casi siempre acontece lo mismo con las grandes ideas: las vemos a un tiempo fuera y dentro, como verdades y como deseos, como leyes del cosmos y confesiones del espíritu. Tal vez es imposible descubrir fuera una verdad que no esté preformada, como delirio magnífico, en nuestro fondo íntimo”[11].


[1] O y G: “Asamblea para el progreso de las ciencias”, O. C. Tº 1º, p. 101.
[2] O y G: “Planeta sitibundo”, O. C. Tº 1º, p. 147
[3] O y G: “Una polémica”, O. C. Tº 1º, pp. 157-58.
[4] O y G: “Una polémica”, O. C. Tº 1º, p. 158.
[5] O y G: “Asamblea para el progreso de las ciencias”, O. C. Tº 1º, p. 102
[6] O y G: “Meditaciones del Quijote”. O. C., Tº 1, pág. 349
[7] María Zambrano: “Hacia un saber sobre el alma”, Madrid, Alianza, 1987, p. 170.
[8] O y G: “¿Qué es filosofía?”, O. C. Tº 7, p. 392
[9] O y G: “Asamblea para el progreso de las ciencias”, O. C. Tº 1º, p. 102.
[10] O y G: “Psicoanálisis, ciencia problemática”, O. C. Tº 1º, 1983, pp. 217-18.
[11] O y G: “El Espectador”, Tº VI, O. C., Tº 2, pág. 526.

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