viernes, 20 de marzo de 2020

POR QUÉ VIVIR, PARA EMPEZAR, NOS PRODUCE MIEDO

     Comenzaré, David Gustavo, por darle la razón: estoy sustancialmente de acuerdo en todo lo que dice en su comentario (que, de nuevo, coloco al final de este escrito). Para empezar, de acuerdo en que “El hombre siempre busca seguridad en lo inmutable, el cambio le produce miedo”. Y es que, como decía la gran pensadora, discípula de Ortega, María Zambrano (que como usted sabe, vivió los primeros años de su exilio por nuestra guerra civil en México[1]): “La vida en su espontaneidad resulta monstruosa”[2]. O como dice el mismo Ortega: “La vida es por lo pronto un caos donde uno está perdido”[3]. Alude usted al miedo, que, efectivamente, creo que es el sentimiento nuclear del hombre ante el caos de un mundo que, para empezar, no se sujeta a ley, a ninguna previsión, donde todo es cambio y nada permanece. Me ha hecho recordar los lamentos de Job contraponiéndose a un Dios arbitrario, que tampoco a él le parecía que obedeciese a ninguna ley. En medio de su infortunio, decía: “Él no cambia de opinión; ¿quién podrá disuadirle? Lo que le place, eso lo hace. Él cumplirá lo decretado sobre mí; y aún tiene planeadas muchas cosas semejantes. Por eso estoy turbado ante Él; cuando pienso en ello, me sobreviene el temor. Dios ha aterrado mi corazón, el Omnipotente me ha conturbado” (Job, 23, 13-16). Se anticipó Job a Duns Escoto (1266-1308), para el que, efectivamente, Dios es un ser arbitrario: no se somete a nuestra idea del bien y del mal, sino que hace lo que quiere, su voluntad es la ley. Sobre ese presupuesto, Escoto fundamentó su inquebrantable fe, y con ello se convirtió en un precursor del protestantismo.
 
Job: un hombre de fe
Así se enfrentaba el hombre al caos de la vida antes de la aparición de la razón vital
 
     Ese Dios arbitrario, exponente de la vida misma tal y como se nos presenta para empezar, es lo que causa el hecho de que, como también dice Zambrano, “Toda vida se vive en inquietud”[4]. Escoto y después los protestantes tratan de calmar esa inquietud que produce el caos que es la vida con la fe. Lo que nos acongoja, el caos que siempre está presto a aparecer, “es voluntad de Dios”. Job decía: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó”. Y así unos y otro, con su fe, calman su angustia. Bien, pues Ortega se mostró partidario de utilizar otro método, a la postre revolucionario, para ese mismo fin: la razón, la razón aplicada a la vida, la razón vital. El instrumento con el que trabaja la razón son los conceptos, y de nuevo echamos mano de Zambrano para entender el efecto que estos producen: Una de las funciones de los conceptos es tranquilizar al hombre que logra poseerlos. En la incertidumbre que es la vida, los conceptos son límites en que encerramos las cosas, zonas de seguridad en la sorpresa continua de los acontecimientos”[5]. Es, pues, la razón, la encargada de buscar regularidades, orden, ley en los acontecimientos en medio de los cuales, para empezar, naufragábamos; es la razón la que nos ayuda a saber a qué atenernos ante el persistente problema que significa vivir. Es ella, con sus conceptos, la que nos permite encontrar lo que permanece en medio de los cambios que nos aterran: “La razón se inscribe en el siempre; la razón a solas”[6] (Zambrano). Gracias a ella encontramos una identidad, un ser en nosotros y en las cosas. Y es que, según Ortega, “en español ser, viene de sedere = estar sentado”[7], en suma, significa reposar en lo reconocible, en lo previsible, en lo sometido a ley.
     Pero la razón a la que alude Ortega no es la razón abstracta de Descartes y los racionalistas; no es una razón tan absoluta que permita decir, como hizo Hegel, que “todo lo real es racional”. No es un instrumento que permita estabilizarse en el “ser” de manera definitiva (no somos pensamiento, como no somos la Idea platónica ni la forma aristotélica, ni la naturaleza estoica, ni el alma agustiniana…). La realidad es mucho más de lo que conseguimos encerrar en nuestra razón, que, por tanto, ha de ser una razón obligada a seguir el rastro de nuevas parcelas de realidad que, de manera persistente, aparecen poniendo en cuestión el mundo que creíamos haber estabilizado con nuestros conceptos. Si habíamos creído que ya habíamos alcanzado el ser, la plena identidad, si suponíamos que, por ejemplo, el mundo se movía de acuerdo a las eternas leyes mecánicas que Descartes descubrió con sus cogitaciones… estábamos errados. La razón no se puede quedar quieta, porque el mundo está siempre mostrándonos nuevas facetas que hacen que sea insuficiente lo que habíamos creído comprender. “Nada se sabe de modo permanente”, dice, de nuevo, Zambrano[8]. Y remacha: “Vivir es no poder reposar hasta la muerte”[9]. Ortega, en fin, sostenía que “La vida, señores, es un fluido indócil que no se deja retener, apresar, salvar”[10]. Así que concluye: “El hombre no tiene más remedio que aprender a (…) sentirse a la par mudable y eterno”[11].


[1] De aquella experiencia dejó Zambrano escrito lo siguiente: “Yo llegué a México invitada por la Casa de España, que muy pronto se llamaría Colegio de México. Era un gesto realmente inusitado, ningún país nos quería a los refugiados españoles, sólo México, sólo México, no me cansaría de decirlo, como una oración. Sólo México nos abrazó, nos abrió camino […] Ya profesora de Filosofía como lo era en España, comencé a impartir clases -el mismo día que cayó Madrid en manos de los autollamados salvadores en la Universidad de Morelia [...]. Comencé a dar mi clase en medio de ese silencio, en ese que tiene el indito, y lo digo con todo cariño, en ese silencio del indito mexicano. Y cómo me escucharon, cómo me arroparon. Su silencio fue para mí como un encaje, como una envoltura o una mantilla de esas que les ponen a los niños que tiemblan.”
[2] María Zambrano: “Hacia un saber sobre el alma”, pág. 91.
[3] Ortega y Gasset: “La rebelión de las masas”, O. C., Tº 4, pág. 254.
[4] Zambrano: “Hacia un saber sobre el alma”, pág. 84
[5] María Zambrano: “Senderos”, pág. 87
[6] Zambrano: “Persona y democracia”, pág. 112
[7] Ortega: “Pasado y porvenir para el hombre actual”, O. C., Tº 9, pág. 641
[8] Zambrano: “Notas de un método”, pág. 16
[9] María Zambrano: “Persona y democracia”, pág. 149
[10] Ortega: “El Espectador”, Tº VI, O. C., Tº 2, pág. 519
[11] Ortega y Gasset: “El Espectador”, Tº VIII, O. C., Tº 2, pág. 728
 
 
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COMENTARIO DE DAVID GUSTAVO RODRÍGUEZ CISNEROS
 
El hombre siempre busca seguridad en lo inmutable, el cambio le produce miedo. Toda filosofía que se fundamente en la inmutabilidad del cambio, irremediablemente terminará por ser abandonada, no es fácil plantar los cimientos del castillo filosófico en arenas movedizas, es más fácil hacerlo en terreno firme, de preferencia roca, para que la construcción cuente con la firmeza necesaria para alcanzar la eternidad.
Lástima que todas y cada una de esas rocas con el tiempo se descubre que eran terrones, se desmoronan y el castillo se derrumba.
Todo cambia, nada es inmutable, lo único que permanece constante es el cambio, tanto en la naturaleza como en la mente del hombre: el río que vi hoy no lo volveré a ver jamás en mi vida, puesto que aunque mañana parezca exactamente el mismo, el agua que corre es otra y no la misma de hoy.
Tampoco puedo pensar exactamente igual hoy que ayer, puesto que yo soy un ser complejo y mutable, cada evento del medio que me rodea, mis circunstancias, que tengo que percibir, comprender y reaccionar, me modifica.
Cada reacción implica una decisión, porque es imposible negar los instintos primigenios, entonces debemos de asumir que el aceptarlos o reprimirlos es un acto de plena y consciente voluntad.
Cada decisión se integra a quien yo soy, me conforma y por ende me modifica. Lo único inmutable es mi capacidad de cambiar, con mi voluntad o contra mi voluntad.
Si el cambio es lo único inmutable, la voluntad humana, aunque variable en su forma e intensidad en cada individuo, también es una constante. La piedra fundamental de mi castillo, en consecuencia es la voluntad, intencionalidad su usted prefiere, en ella encuentro la explicación de la razón y conciencia humana. Saludos.

2 comentarios:

  1. Maravilloso el mundo de la filosofía

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    1. Yo también estoy convencido de ello Jeyari. Lástima que sean malos tiempos para la lírica... y también para la filosofía, y que se la considere un saber superfluo y prescindible. Saludos.

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