“Todo
querer es constitutivamente un querer hacer lo mejor que en cada situación
puede hacerse, una aceptación de la norma objetiva del bien. Unos pensarán que
esta norma objetiva de la voluntad, este bien sumo, es el servicio de Dios;
otros supondrán que lo óptimo consiste en un cuidadoso egoísmo o, por el
contrario, en el máximo beneficio del mayor número de semejantes. Pero, con uno
u otro contenido, cuando se quiere algo, se quiere por creerlo lo mejor, y sólo
estamos satisfechos con nosotros mismos, sólo hemos querido plenamente y sin
reservas, cuando nos parece habernos adaptado a una norma de la voluntad que
existe independientemente de nosotros, más allá de nuestra individualidad”
(Ortega y Gasset[1]).
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“Tácita
o paladinamente, la vida de cada ser es un ensayo de apoteosis. De lo que en
nosotros hayamos mejor, quisiéramos hacer lo óptimo del universo” (Ortega y
Gasset[2]).
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“Esta
capacidad de entusiasmarse con lo óptimo, de dejarse arrebatar por una
perfección transeúnte de ser dócil a un arquetipo o forma ejemplar, es la
función psíquica que el hombre añade al animal y que dota de progresividad a nuestra
especie frente a la estabilidad relativa de los demás seres vivos” (Ortega y
Gasset[3]).
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