“La modificación producida
en (el hombre) por cualquier hecho externo no es nunca un efecto que sigue a
una causa. El «medio» no es causa de nuestros actos, sino sólo un excitante;
nuestros actos no son efecto del «medio», sino que son libre respuesta,
reacción autónoma. Afortunadamente, se van convenciendo los biólogos de que la
idea de causa y efecto es inaplicable a los fenómenos vitales, y, en su lugar,
es forzoso hacer uso de esta otra pareja de conceptos: excitación y reacción.
La diferencia entre una y otra categoría es bien clara. No se puede hablar de
efecto sino cuando un fenómeno reproduce en nueva forma lo que ya había en
otro, que es la causa (…) El impulso que pone en movimiento una bola de billar
efectúa después del choque el movimiento de otra bola, a la cual pasa aquel
impulso. No se ha visto nunca que la segunda bola del billar se mueva con más
brío que la primera. En cambio, basta el movimiento de una mano en el aire para
que un escuadrón de Caballería se lance al galope. La reacción vital es un
efecto constantemente desproporcionado a su causa; por tanto, no es un efecto
(…) Allí donde la vida resulte mínimamente posible, el ser orgánico reacciona
sobre el medio y lo transforma en la medida de su potencia vital (…) La tierra
árida que nos rodea no es una fatalidad sobre nosotros, sino un problema ante
nosotros” (Ortega y Gasset[1])
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