“La acción es un movimiento que se dirige a un fin, y vale lo que el
fin valga. Mas, para el esforzado, el valor de los actos no se mide por su fin,
por su utilidad, sino por su pura dificultad, por la cantidad de coraje que
consuman. No le interesa al esforzado la acción: sólo le interesa la hazaña (…)
Mas ¿adónde puede llevar el esfuerzo puro? A ninguna parte; mejor dicho, sólo a
una: a la melancolía. Cervantes compuso en su Quijote la crítica del esfuerzo
puro (…) Don Quijote fue un esforzado (…) «Podrán los encantadores quitarme la
ventura; pero el esfuerzo y el ánimo será imposible» (…) Mas llega un momento
en que se levantan dentro de aquel alma incandescente graves dudas sobre el
sentido de sus hazañas. Y entonces comienza Cervantes a acumular palabras de
tristeza. Desde el capítulo LVIII hasta el fin de la novela todo es amargura.
«Derramósele la melancolía por el corazón —dice el poeta—. No comía —añade—, de
puro pesaroso; iba lleno de pesadumbre y melancolía». «Déjame morir —dice a
Sancho— a manos de mis pensamientos, a fuerza de mis desgracias». Por vez
primera toma a una venta como venta. Y, sobre todo, oíd esta angustiosa
confesión del esforzado: La verdad es que «yo no sé lo que conquisto a fuerza
de mis trabajos», no sé lo que logro con mi esfuerzo” (Ortega y Gasset[1]).
[1]
Ortega y Gasset: “Meditación del Escorial”, en “El Espectador”, Vol. VI, O. C.
Tº 2, Madrid, Alianza, 1983, pp. 558 a 560.
No hay comentarios:
Publicar un comentario